viernes, 15 de enero de 2021

Banksy



 

Figura 1: "Si el grafiti cambiase algo, sería ilegal"

 

 

¿Por qué cada vez que aparece un Banksy hay un titular en prensa? 

No se puede negar que exista una legión de admiradores de Banksy, pero hasta donde yo sé se trata del único artista vivo que goza de semejante privilegio por parte de los medios de comunicación -bueno, también está Antonio López, pero tardar veinte años en terminar un cuadro es en sí mismo un hecho reseñable-, y eso para mí constituye un misterio bastante más oscuro que el de su tan cacareado anonimato. O puede que sí haya explicación para tal misterio, así que pasemos a ver al fulano y su obra.

Banksy es el pseudónimo de un individuo cuya identidad real resulta absolutamente irrelevante a estas alturas de la película. Su voluntario anonimato se justifica todavía por -dejen que me ría...- el riesgo de ser arrestado por vandalismo, puesto que hacer pintadas callejeras en el Reino Unido es un delito que llega a estar penado con cárcel. Y no dudo que su anonimato fuese necesario en sus orígenes, hasta que la fama y la cotización de su obra fuese catapultada a niveles estratosféricos y el secreto de su número de pasaporte sólo sea actualmente un motivo de especulación para idiotas.

Decir que Bansky es una firma resulta una redundancia tratándose de un grafitero -y contengan su ira contra mí si consideran muy importante distinguir entre las distintas modalidades de Street Art- que comenzó su carrera en Bristol entre los 80 y los 90 como cualquier otro chaval deseoso de hacerse notar desafiando la autoridad con un espray de pintura y que alcanzó bastante notoriedad y renombre en el mundo del grafiti gracias, entre otras cosas, a la guerra mantenida durante años con Robbo, considerado entonces el rey del arte callejero londinense.

Figura 2

Figura 3
Aunque comenzó con y domina el uso del espray a mano, parece que pronto pasó a utilizar también plantillas por la rapidez que permitían para completar o complementar pintadas y murales en los que siempre hay algún tipo de contenido irreverente, contestatario y reivindicativo de un tipo u otro (no trata simplemente de plasmar su firma), generalmente contra la autoridad y sus agentes, pero que todavía carecen de lo que se podría considerar un verdadero carácter socialmente comprometido. Y junto con las plantillas aparece buena parte de sus motivos distintivos, una especie de "marca de la casa", que se repetirán a lo largo de los años: ratas, monos con pancartas, niños o su icónico antisistema arrojando un ramo de flores (bautizado como Love is in the air, Flower Thrower), entre otros.

 Quizás conviene puntualizar que cuando digo que Banksy no trata sólo de plasmar su firma, de afirmar su presencia (o su existencia, si lo prefieren), me refiero a que pronto pasa también a participar en exposiciones donde además de arte callejero cuelga obras de caballete que pone a la venta. Esto implica por una parte que tiene también una vocación artística y pictórica más convencional, más seria digamos; pero por otra parte, dar el salto de la calle a la galería también conlleva asumir que se está participando en toda la dinámica del mercado del arte y el coleccionismo privado, y en los muros del salón el contenido de toda protesta termina indefectiblemente diluido. Una cosa es ganarse la vida y otra cebar el ego del acaudalado coleccionista burgués, cuya moral y autoridad se critica al tiempo que uno se llena los bolsillos con su dinero. De manera que la principal contradicción de Banksy ya está servida y será una constante hasta hoy.

Pero sería mejor pasar antes a ver un poco la obra en sí, sus rasgos distintivos y su calidad formal. Y lo primero que habría que decir es que aunque haya rasgos comunes, se puede distinguir (bueno, en realidad lo dice él mismo en su página oficial, https://banksy.co.uk/) entre el Banksy de "exterior" y el de "interior", coincidiendo respectivamente con la dimensión más "pública" o más "privada" de la obra. 


Figura 4: Niña del hula-hoop
 

Figura 5
Por abreviar, el Banksy exterior es el de los grafitis realizados con espray y plantilla, los más célebres y celebrados por público y medios de comunicación. Aunque al principio eran sobre todo de pequeño tamaño (figura 2) y aparecían casi en cualquier sitio, pronto pasan a un formato mayor (con figuras a tamaño natural, o superior si lo cree adecuado) que cuida la ubicación como parte esencial del mensaje que quiere transmitir, de modo que no parece inadecuado hablar casi de instalaciones más que de pintadas, llegando él mismo (o eso parece) a poner elementos que completen o den más sentido a la obra, como en el caso de la Niña con hula-hoop (figura 4), donde la bicicleta averiada apareció al mismo tiempo que el mural. Pero lo más normal es que sea la pintada la que se adecúe al espacio seleccionado previamente para tener el sentido que busca transmitir, a veces aprovechando elementos previamente existentes -después de todo, intenta criticar la realidad cotidiana-, como cabinas de teléfono, alarmas, desconchones en los muros o plantas (figuras 5 y 8 , y Anexo 1-4) para que la imagen pueda hablar por sí misma; aunque cuando lo considera necesario no tiene problema en acompañar con un texto escrito lo que quiere transmitir (figura 1 y 6), o poner a la obra un título adecuado -"oficializado" en su propia web- para completar el mensaje.

Figura 6: "No creo en el calentamiento global"

Antes de hablar de los aspectos formales de las imágenes de Banksy, es necesario puntualizar que su originalidad, tanto en los motivos como en la estética y el procedimiento de realización, son deudores de la obra del grafitero francés Blek le Rat, algo que el propio Banksy reconoce sin problema alguno (no podría negarlo, a decir verdad). Tampoco voy a decir que haya que echárselo en cara; después de todo, en cuanto a procedimiento de realización no tendría sentido después de Robert Rauschenberg o Warhol (a quien por algún motivo admiran). Se trata al fin y al cabo de sacar partido a una técnica, no de dilucidar quién tiene la primicia, algo que en mi opinión no deja de ser más una anécdota que un valor añadido. En fin, les dejo un enlace a una página de Blek le Rat para que evalúen por sí mismos y saquen sus conclusiones.

http://bleklerat.free.fr/stencil%20graffiti.html 

Figura 7


Figura 8
El empleo de plantillas, además de la velocidad en la ejecución, permite un tipo de imagen más contundente que la realizada a mano, en especial cuando esa imagen es de tipo realista, como es el caso y la intención de Banksy. La superficie de color es evidentemente plana, sin apenas matices de profundidad o relieve y realizada con pocos colores, lo que refuerza el dibujo como el aspecto principal de la imagen. Es decir, que Banksy busca un tipo de imagen esencial, directa e inmediata, que se perciba al primer golpe de vista, algo para lo que resulta fundamental el hecho de que se trate de imágenes a tamaño natural generalmente ubicadas cerca del suelo. Esto les da proximidad al espectador, como si se tratase de una presencia más, o parte del entorno; como si no fuese posible escapar de la imagen ni por supuesto del contenido que transmite. Porque lo verdaderamente importante es el concepto -también o quizás más todavía en sus obras para interiores- más allá del deleite visual o la posible sensualidad de la forma y el color que dan la razón de ser a otras manifestaciones de arte urbano; no hay distracción ni recreación posible ante una imagen de Banksy, al menos en cuanto a intencionalidad se refiere. Tampoco puede haber dudas para el espectador respecto a lo que se le muestra y transmite, y en este sentido sí es obligado reconocer que se trata de imágenes eficaces. Si esa eficacia se va a traducir en algún tipo de transformación social es algo que dejo para más tarde.

Figura 9

Respecto al Banksy de "interiores" hay que empezar por decir que mantiene el mismo espíritu crítico, o al menos lo intenta, aunque el carácter irreverente y provocador creo que está bastante más acentuado. También resulta mucho más variado en cuanto a técnicas y procedimientos: figuras y paisajes baratos customizados, serigrafías, instalaciones... Variadito, ya digo, demasiado como para detenerse en cada una de ellas (figuras 9 y 10 y Anexo figuras 5-10), aunque hay algún aspecto que no quiero dejar de señalar y que no tiene mucho que ver con lo estríctamente artístico. 

Figura 10: Love is in the air (Flower Thrower)
Me refiero en concreto y sobre todo a las obras reproducibles (serigrafías, litografías o plantillas sobre lienzo o papel) de motivos previamente existentes como grafitis que Banksy ha adaptado a un formato adecuado para su confortable contemplación en el salón. Las tiradas resultan más numerosas cuanto más popular es el motivo concreto, alcanzando algunas (como el Flower Thrower de la figura 10 o la Niña con globo en forma de corazón; por cierto, al parecer es la obra de arte más popular en el Reino Unido) los varios centenares de originales autentificados por Pest Control, la entidad creada por Banksy para evitar el fraude en la comercialización de sus propias imágenes. Cosas del anonimato, imagino, como el hecho de que oculte su identidad como la fórmula de la Coca Cola o la salsa Perrins, pero transija con que su obra sea lo más reconocible posible, como una verdadera marca, por público y coleccionistas como base para fortalecer tanto la demanda como la cotización.

Resulta cuando menos curioso que Pest Control autoriza que cualquiera pueda imprimirse un motivo de Banksy para enmarcarlo o hacerse una camiseta (¿altruísmo de lo inevitable?) siempre y cuando no lo comercialice. Vaya, una forma imaginativa de presentar la exclusiva de un original que no deja de ser una reproducción. Y reproducción necesaria para cubrir la demanda que muchos ricachones tienen de una misma imagen -puesto que el verdadero original es una obra pública y protegida por la autoridad pública- por la que están dispuestos a pagar verdaderas fortunas. Dentro de una dinámica de mercado no voy a exigir a Banksy que se mantenga puro y no saque beneficio alguno de su trabajo; también tiene que ganarse los garbanzos, aunque esos garbanzos resultan verdadera y estudiadamente caros.

Figura 11

Figura 12

Figura 13
Con respecto al contenido de la obra, ya he dicho que se caracteriza por su tono crítico en general contra la sociedad actual y sus puntos negros. Autoritarismo, violencia, desigualdad, en sus diversas facetas son presentados con crudeza y un sentido del humor verdaderamente corrosivo; pero también hay cierto espacio para la esperanza dentro de la adversidad (figura 12), en especial en sus imágenes con niños, como si éstos fuesen los únicos capaces de aportar con su ingenuidad subversiva una nueva luz a la sociedad fallida construida por los adultos, o cuando menos sacar algo positivo de sus ruinas (figuras 4 y 13).

También hay que decir que Banksy muestra una sensibilidad particular con determinados problemas y conflictos. Al principio su denuncia resultaba un tanto difusa y ambigua en el modo en que presentaba la violencia en general y la de las fuerzas del orden en particular; y en esa inconcreción, sobre todo frente a las causas originales de los conflictos, radicaba buena parte de lo inocuo de su mensaje si de lo que se trata es de cambiar las cosas. Porque ¿quién no está en contra de la violencia en abstracto, o de la contaminación y destrucción del medioambiente? ¿Es que falta alguien por enterarse de que vivimos en un mundo tóxico y agresivo? Incluso el sociópata liberal más acérrimo lamenta estas consecuencias, aunque las disfrace de "inevitables", de "males necesarios" o de "daños colaterales" para ocultar su responsabilidad; ya tomará parte en algún evento caritativo para comprometerse en la mejora sintomática de los problemas y aliviar el peso de su conciencia.

Figura 14: Una de las obras de Banksy en el muro Gaza
En todo caso no parece éste el caso de Banksy. Es cierto que al menos en lo personal sí tiene un compromiso con al menos dos causas muy concretas: la opresión de Palestina y el drama de los inmigrantes (figura 14 y Anexo figuras 11-14) . En ambos casos yendo más allá de la denuncia a través de su obra, implicándose incluso económicamente al invertir parte de su fortuna (que la tiene) en financiar el Walled Off Hotel, en Belén, y el yate Louise Michel para rescatar inmigrantes en el Mediterráneo. Por supuesto que tanto en un caso como en el otro no está en manos de Banksy la solución real del problema, y aunque los dos casos hayan tenido bastante repercusión en los medios y le hayan aportado publicidad tanto a él como a su obra, no parece pertinente formular una acusación de oportunismo en esta ocasión. Se podría decir que haciendo una donación anónima habría evitado el riesgo de parecer un hipócrita por esa publicidad que le beneficia, pero conocida la escasa profundidad de la conciencia social del ciudadano medio, unir su nombre a la causa resulta una manera más eficaz de llamar la atención sobre el problema. Sinceramente, quiero pensar que es efectivamente de este modo.

Figura 15: "No puedo creer, subnormales, que compréis esta mierda"
Pero en otra de sus denuncias, en concreto la del absurdo mercado del arte, la situación es bien distinta. En más de una ocasión Banksy ha realizado abiertas burlas hacia el mundo del arte (figura 15), tanto a la sacralización de las propias obras como sobre todo a su dimensión extra-artística, a ese muladar de galerías, casas de subastas y salas de exposiciones de pago donde se cuece realmente la increíble cotización de su obra y consecuentemente su fortuna personal. Y no me pararía en este aspecto si no fuese porque él mismo ha tomado parte en la farsa, desde la ya mencionada Pest Control hasta la llamémosla "performance" de Love is in the bin, en la que una de las serigrafías de su Niña con globo quedó parcialmente destruida por una trituradora de papel oculta en el propio marco de la obra por la que se acababa de cerrar una puja de más de un millón de dólares. Había nacido una nueva obra única de Banksy, que a su debido tiempo alcanzará una cotización mucho más alta; y si no ya lo veremos...

Figura 16: Love is in the bin
 

Pensar que esto no era una maniobra orquestada alalimón entre Sotheby's y el propio Banksy entra dentro de lo absolutamente increíble. Por lo visto casi nadie reparó en el peso sospechoso de la obra, ni en el excesivo grosor del marco, ni en la ranura por la que debía salir la parte triturada de la serigrafía, ni en que esto sucediese justo después del martillazo que cerraba la subasta, ni en que las cámaras estuviesen allí para captar el momento exacto, ni en que el propio Banksy explicase con un vídeo pocas horas después el proceso de la programada "autodestrucción" de su obra. En serio, nada de esto es realmente importante ya que por lo visto todo el mundo está feliz con que las cosas hayan salido de este modo; el comprador (al parecer, un cliente habitual de Sotheby's) se queda la obra ahora revalorizada, Sotheby's su espléndida comisión por la comedia, y Banksy una parte no revelada del negocio y una sobredosis de publicidad. Damien Hirst no es el único sinvergüenza de la industria. Si con el chiste se consigue al menos evitar que varias docenas de inmigrantes africanos mueran ahogados en su travesía al Occidente próspero y acogedor, habrá que darlo por bueno.

Figura 17: Banksy instalado en 2005 en el Brittish Museum

Figura 18: Banksy instalado en 2005 en el Brooklyn Museum
Tampoco escapa de su irreverencia frente al mundo del Arte la institución del museo, puesto que en varias ocasiones ha colocado piezas suyas en algunos de los museos más importantes del mundo, como el MOMA, el Louvre o el British Museum. ¿Con qué intención? Principalmente la de desacralizar tanto la obra de arte como el museo, aunque no deja de aprovechar la ocasión para meter cierto contenido reivindicativo. Pero también llamar la atención sobre sí mismo, sabido que ha publicado vídeos que le muestran disfrazado mientras lleva a cabo lo que no deja de ser una broma. Como supongo que los museos "vandalizados" no se han desecho de las obras en cuestión, habrá que entender que de facto Banksy lo que ha hecho es una donación, con toda seguridad bastante generosa si pensamos en el valor que podrían alcanzar esas obras originales una vez puestas a la venta; de manera que el contenido reivindicativo queda otra vez neutralizado al asumirlo la institución como parte de su patrimonio y recuerdo de un simpático momento. Y poco más.

Y ya que estamos con las instituciones, no se puede dejar de hablar un poco de la relación amor odio de Banksy con la autoridad pública y los intereses privados a los que sirve -también, por descontado, los del propio Banksy-, una relación que después de 30 años no puede calificarse más que de bien avenida. 

Por supuesto que cuando Banksy empezaba a realizar sus grafitis corría el riesgo de ser arrestado (por lo visto nunca sucedió), y la clandestinidad era su ámbito de trabajo hasta que alcanzó la popularidad de la que lleva disfrutando ya unos cuantos años. No es algo de lo que se quiera desprender, porque sigue aportando la nota, o la pose más bien, de subversión antisistema; y sus obras de exterior siguen apareciendo por sorpresa para deleite de sus muchos seguidores y de las propias autoridades. Que éstas todavía puedan fingir indignación por un acto vandálico no deja de resultar de un cinismo vergonzante, sabido que existen circuitos turísticos para contemplar las obras de Banksy, lo que aporta un siempre bienvenido dinerito a las arcas públicas y al boyante sector hostelero. No digamos ya los beneficios que revierten a los mercaderes del Arte y su encomiable labor especulativa, que con toda seguridad es uno de los principales motivos por los que Banksy y su obra se encuentran de facto protegidos por las autoridades.

Pero este anonimato y esta clandestinidad no son más que parafernalia interesada, consentida y posiblemente consensuada tanto con las autoridades municipales como con el gobierno central, ya no sé si directamente el propio Banksy o mediando algún oneroso y eficiente asesor legal. En caso contrario estoy seguro de que el fisco británico, entre otros, estaría más que interesado en conocer la identidad real de Banksy y el estado de su cuenta corriente; y vaya si son capaces de averiguarlo... Hay demasiados particulares con nombres y apellidos que conocen la identidad real de Banksy, al menos una empresa a su servicio que tendrá unos titulares legales, prestigiosas casas de subastas que seguro saben quién es, un sitio web con el dominio del Reino Unido... Caray, yo mismo o cualquiera de ustedes somos mucho más anónimos que Banksy.

Figura 19: Mural contra el Brexit en Dover

Figura 20: Shop till you drop
Hay más indicios del consentimiento tácito de las autoridades con las travesuras del contribuyente Banksy. Para empezar, algunas de sus obras (figuras 19, 20 y 21  ) requieren para su realización de ciertos implementos además de unas cuantas plantillas y esprays de pintura, como escaleras o cuerdas y arneses para descolgarse, que hacen harto improbable poder salir corriendo mochila al hombro delante de un policía de ronda. Son obras que además requieren tiempo para su realización. O tiempo, o complicidad de las autoridades. Y por supuesto aún queda la protección física de las obras (vallas de protección, láminas de vinilo transparente) y restauración que costean esas mismas autoridades cuando la pintada del supuesto vándalo es a su vez vandalizada por sus detractores -muchos de ellos grafiteros que sí son perseguidos y arrestados por esa misma autoridad-; lo que a menudo conlleva nuevos titulares en prensa, nuevos curiosos con sus smartphones y renovada publicidad para el artista. Un verdadero no parar... 

Y con tanta publicidad no deja de resultarme curiosa la denuncia que hace Banksy en su página oficial de las exposiciones no autorizadas de su obra; y son muchas... Puesto que le aportan una publicidad enorme que revaloriza su obra constantemente, y asumiendo que él declara no querer cobrar a nadie por ver su obra (los precios populares de estas exposiciones no autorizadas en todo el mundo oscilan entre 15 y 40 euros la entrada, merchandising aparte) supongo que tiene una especie de prurito sobre el espíritu de su obra, ya sea del mensaje que porta o de la pose de clandestinidad. En realidad, es posible que hubiese que puntualizar que más que exposiciones de Banksy se trata de exposiciones de obras de Banksy pertenecientes a colecciones privadas cuyos propietarios adquirieron una mercancía de la que están en pleno derecho de sacar provecho económico; si tanto le molesta al autor, podría no haber cobrado por autentificar las obras expuestas. Cuando se es tan pureta también conviene ser consecuente, o al menos conocer el perfil moral de tu clientela.

Pero al fin ¿por qué esa protección de la que goza Banksy? Creo que principalmente porque es un valor en alza en el mercado del arte, un bien codiciado por la burguesía que colecciona su obra y un artista aplaudido por gente estupenda e influyente, de ésa que sale en las películas. Su fama y repercusión a nivel mundial arranca de gozar del favor de los poderosos, por mucho que las críticas que lanza Banksy (sin que él señale directamente a los culpables, lo que cambiaría mucho las cosas) se dirijan a aquellos que detentan el poder y son responsables de las barbaridades que se perpetran a diario en el mundo.

Se podría pensar que la burguesía gusta de autoflagelarse adquiriendo un Bansky que la señala indirectamente como responsable de todas las barbaridades que se perpetran en el mundo. Pero ya se trate de una imagen tierna o de denuncia, lo que el burgués adquiere es un Bansky, la obra, el objeto; la mercancía, vaya, que queda por tanto desvirtuada en su contenido y reducida a su mero valor de cambio. Dudo que Bansky, al que no tengo precisamente por un idiota, desconozca esta realidad, lo que le deja en la incómoda posición de satisfacer el caprichín del coleccionista burgués mientras supuestamente le critica (sin que el burgués se dé por aludido) y en el camino se saca su buena pasta. En definitiva, Bansky termina por ser beneficiario de aquello que denuncia. Dejo a su criterio considerar si eso es o no es complicidad.

Figura 21: Mural reivindicando la liberación de Zehra Dogan
Mientras, las instituciones públicas que tan a menudo decretan la protección y restauración de las obras de Banksy (muchas han sido atacadas por detractores de Banksy en uno u otro sentido) lo que vienen a hacer es dar el visto bueno a toda esta comedia. También se llevan lo suyo con ese enriquecimiento del patrimonio urbano que les sale gratis por completo, de modo que ¿por qué gastar dinero en eliminar algo que atrae turistas e ingresos? Y cualquier tipo de protesta sobre trato discriminatorio o desigual respecto a los grafitis se asume por la sencilla razón de que Banksy es dinero, y el dinero puede ser todo lo vándalo que quiera. Por lo que respecta al mensaje de las pintadas, con la protección que brindan a las obras de Banksy las autoridades públicas envían un mensaje implícito de "hemos perpetrado este crimen y tomamos nota de la denuncia"; como supongo que conocen el dicho de "si no puedes con tu enemigo, únete a él", creo que no hacen falta más explicaciones para conocer uno de los métodos de anulación de cualquier tipo de protesta por parte de la autoridad pertinente. En otros casos, cuando el mensaje de Banksy está en la línea del discurso oficial de Occidente (figuras 19 y 21), las autoridades evidentemente no ven ningún problema en que se haga pública su postura, como puede ser el caso de las obras de contenido medioambiental, de concienciación contra la pandemia de Covid-19 (ver Anexo, figura 15) o el mural en Nueva York contra el encarcelamiento de la artista turca Zehra Dogan. . 

Y todavía falta conocer la posición del denunciante respecto a cómo y porqué su protesta acaba archivada en el contenedor de reciclaje, y de esto Bansky es en buena medida responsable de su propia autoanulación como "militante comprometido". ¿Por qué? Porque las instituciones burguesas obedecen y sirven a los intereses de la burguesía, que también es la principal consumidora de la obra de Banksy; y desde el mismo instante en que éste da el salto del espacio público al espacio privado en forma de serigrafía del mismo motivo de denuncia, firmada y autentificada por el autor, se convierte en servidor y beneficiario de la burguesía a la que critica. Cuando la institución pública protege un Banksy, protege también la inversión y el valor, legitima la obra y la propiedad al tiempo que anula el contenido.

Un contenido que por lo demás se sabe completamente inocuo de facto si uno se atiene al nivel de concienciación que produce en el espectador. El aficionado al mensaje subversivo, a la que tiene un rato acude a sacarse unos selfies delante del último Banksy aparecido en la ciudad (o a la exposición comprometida de turno), porque es muy cool y muy trendy y porque al final el compromiso con una causa consiste en eso, ¿no? Luego se cuelga la foto en Facebook o en Instagram y ya se pertenece a la causa; los que le dan al "me gusta" también están ya en el camino de hacer del mundo un lugar mejor. Sin duda. 

Pero él, Banksy, ¿es un artista comprometido? Dando por bueno que un Banksy sólo lo es cuando lo reconoce Banksy (y de hecho la credibilidad que se le quiera dar), es cierto que el contenido de muchas de sus obras tiene un carácter reivindicativo y crítico contra el sistema. También es cierto que ha gastado una considerable cantidad de dinero en financiar determinadas causas y proyectos sociales ante la pasividad de las autoridades internacionales para hacer frente a estos problemas. Ese dinero viene de la venta de su obra, con lo que tendría cierto sentido esa afirmación de que es el Robin Hood del Arte: parte del dinero que consigue de la burguesía lo invierte en paliar las consecuencias del sistema productivo burgués sobre los pobres. En definitiva funciona como una ONG, como un eterno ciclo de financiación y gasto que al no incidir en la causa de los problemas no es capaz de resolverlos, y al final para lo que resulta más útil es para mantener su propia existencia mientras sirve de alivio sintomático de la hipócrita moral burguesa. 

Evidentemente, no se puede responsabilizar a Bansky de la criminal inoperancia de las sociedades liberales, así que si se da por bueno que la medalla del compromiso social se gana exclusivamente con la llamada de atención sobre el problema, entonces Banksy es un artista comprometido, pero su labor no es diferente ni más eficaz que la de un reportero en una zona de conflicto. Y mientras el periodista consigue aletargar la digestión del ciudadano medio, Bansky consigue que ese mismo ciudadano atesore un selfie junto a alguna de sus obras y quizás reflexione sobre cuánto mola esto del compromiso social. Como en lo político la publicidad, al igual que la propaganda, se dirige a los que ya están convencidos, a los que ni han hecho ni se espera que hagan nada por cambiar las cosas, ya tienen una posible explicación de porqué interesa que Banksy esté presente en los medios de comunicación con cada nueva obra: porque sacia el apetito de la pasividad.

O quizá pensaban que unos grafitis iban a servir para algo y ahora se sienten desilusionados... Pues despierten de su ensoñación de confortable pseudocompromiso. Asuman simplemente que la imagen en sí les gusta, porque no son en absoluto malas (bueno, las de caballete son, digamos, mejorables); pero no son más que imágenes, obras de arte en un museo al aire libre, que reflejan una realidad incómoda pero que por sí mismas no son capaces de cambiar nada. El Arte no es el medio para cambiar el mundo ni lo ha sido nunca. Y simplemente mirar, tampoco.

Figura 22: Preparando la revolución...

 

 

 

ANEXO

 

 

Figura 1


Figura 2

Figura 3

Figura 4

Figura 5

Figura 6

Figura 7

Figura 8

Figura 9

Figura 10

Figura 11

figura 12

figura 13

Figura 14: Mural de Steve Jobs (hijo de un inmigrante sirio) en el campamento de Calais

Figura 15

Figura 16: "Oh, Dios mío, es tan mono el modo en que pintas las cosas y piensas en ti mismo todo el tiempo..."


Figura 17

jueves, 26 de septiembre de 2019

Rembrandt, el inacabamiento y la honestidad



Retrato de familia, detalle (1668)







Los pintores son tramposos. En su caso no se trata de nada malo, todo lo contrario. Tradicionalmente el oficio de pintar siempre se ha considerado un método para la representación de la realidad del modo más fidedigno posible. Ya Plinio el Viejo recoge la anécdota ilustrativa de la disputa entre Zeuxis y Parrasio, en la que si el primero fue capaz de engañar a los pájaros que acudieron a comer las uvas por él pintadas, el segundo fue capaz de engañar a su oponente con la cortina pintada que supuestamente ocultaba su obra. La naturaleza siempre se ha considerado una especie de juez supremo para juzgar si una obra está correctamente realizada, no tanto como representación puramente realista (algo que se ha considerado vulgar e indicativo de falta de verdadero talento) sino como una emulación de esa realidad, desprovista de todo rasgo que atente contra el decoro que toda buena obra debe preservar.

Esta es más o menos la concepción clásica y académica, el eje alrededor del cual se mueven las distintas concepciones estéticas de lo que debe ser la pintura, entendida sólo como medio de representación, en cada periodo artístico. Pero ya se trate de una u otra concepción, todos los pintores han sabido que su oficio requiere de sus propias convenciones para ser correctamente realizado. Aunque se quiera representar una realidad dolorosamente verídica -más o menos visualmente idealizada-, todo pintor sabe que su oficio consiste en la creación de la realidad autónoma que es el cuadro, y esta realidad se materializa por medio de trampas; la habilidad para disimular esas trampas es lo que distingue al verdadero maestro, que de este modo hace que sea su obra la que hable por él. Por paradógico que parezca, hacer trampas es la única forma de ser honesto en pintura, del pintor con el espectador, con el oficio y con la propia pintura. Y Rembrandt fue uno de los pintores más honestos, si no el que más, de toda la Historia del Arte.

En este sentido, habría que indicar en primer lugar que aunque como artista y como hombre fue polifacético y cambiante, la gran constante de su trayectoria fue la investigación formal, el tratar de llegar siempre a los límites expresivos del medio que emplease -pese a que su actividad principal era la pintura, fue también muy prolífico tanto en dibujo como en grabado-, lo que quizás resulta más evidente en las obras que realizó para él mismo, en paralelo y a menudo en contraste con su obra pública; y llegados al caso, a pesar de su obra pública, de manera que su fidelidad a sí mismo y a su forma de entender el oficio está en la raíz de la pérdida del favor del público y de encargos que sufrió en los últimos años de su trayectoria.

Figura 1: Autorretrato (h. 1628)
Se puede tomar como ejemplo el autorretrato de la figura 1, realizado cuando apenas contaba 22 años, y en el que se aprecia ya la falta de sujeción a las convenciones del retrato. La importancia dada al juego de sombras, la iluminación de zonas marginales, el empleo del mango del pincel para rayar la pintura fresca y realzar el brillo de los cabellos alborotados... Todo ello nos muestra a un pintor que está preocupado por las posibilidades técnicas de la pintura y los problemas de la representación de la luz, aun a costa de un reconocimiento claro de los rasgos faciales como sería propio de un retrato. Y el hecho mismo de ser un autorretrato, nos muestra tanto un alto grado de autoconciencia como que se trata de una obra realizada para él mismo, no para ser vendida. Por descontado, Rembrandt no será tan osado cuando, no mucho después de esta obra, comience a realizar los retratos de encargo con los que deslumbró a sus coetáneos y sentó en gran medida la base de su prestigio (y su fortuna) como la gran figura de la pintura de los Países Bajos.

Figura 2: Lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp (1632)

Figura 3: El festín de Baltasar (1635)
Pero ya se trate de obras de investigación formal o para el público, Rembrandt es honesto en la medida en que está dando lo mejor de sí mismo y de su deslumbrante capacidad de recursos para la representación pictórica -y quiero remarcar lo de "representación" porque creo que en esta etapa de juventud y primera madurez, de fulgurante ascenso en lo social y en lo profesional, todavía concibe la pintura sólo como un medio para la representación y no como un fin en sí misma-. Es en torno a los años 30 del siglo XVII cuando Rembrandt hace el mayor despliegue de su virtuosismo en ese sentido convencional de saber representar como nadie no sólo el juego de luces y sombras o la representación espacial, sino también todo tipo de texturas de materiales (tejidos, metales, cabellos...), gestos, expresiones... Todo ello orquestado de forma que puede ofrecer un sentido de dramatismo y teatralidad escénica condensados en el momento álgido de lo narrado en cada escena, ya sea ilustrativa de la vida de su tiempo, como en La lección de anatomía del profesor Tulp (figura 2) o la ilustración de algún pasaje bíblico como la de El festín de Baltasar (figura 3). Rembrandt marca una diferencia abismal respecto a otros pintores del momento. Su talento y sus innovaciones técnicas y conceptuales están en la línea y en buena medida modelan lo que su público burgués demanda y paga espléndidamente. En lo social y económico está en la vía rápida de alcanzar el mismo estatus que su envidiado Rubens; y en cuanto que medio de representación, su pintura no puede ofrecer más de lo que ya ofrece. Apenas cuenta 30 años y es el mayor virtuoso reconocido de su tiempo en su país. ¿Qué pudo suceder para que no mucho después su suerte iniciase una espiral descendente que le llevase a la más absoluta pobreza, a perder el favor del reconocimiento social y a legarnos muchas de las mejores y más conmovedoras obras de la historia de la pintura?

Documentalmente no hay posibilidad de dar una explicación al cambio progresivo en la pintura de Rembrandt a partir de mediados de los 1640's. Se conocen desgracias familiares, una situación económica crecientemente angustiosa y cierto cambio en las preferencias de la clientela con respecto a la forma de pintar. Todos ellos son factores que le debieron afectar, y se puede imaginar que su desgracia personal (la muerte de su primera mujer, Saskia, y de varios de sus hijos) quizás le dirigiese a centrarse en temas más fundamentales y a apartarse de cierta vanidad que se percibe hasta entonces en su manera de pintar, aunque ello implicase perder el tren de las modas (enfermedad social que ya existía entonces), pese a que capacidad tenía para haberse adaptado a los nuevos gustos si su ética artística hubiese sido más laxa y/o su afán de lucro más acuciante.

Pero si nos atenemos a la observación de las obras, lo que se ve en las de encargo continúa con el mismo estilo y forma, pero progresivamente influenciados por la evolución -mucho más evidente- de las pinturas que hacía para él mismo.

Figura 4: La ronda de noche (1642)

Figura 5: La ronda de noche, detalle (1642)
En su gran obra de encargo de estas fechas, La Ronda de Noche, ya se aprecia el giro que estaba tomando su pintura hacia un cierto inacabamiento de lo representado –con algún detalle de simple esbozo, como el del perro de la figura 5- que no se explica sólo por un sentido de la distancia que debía guardar el espectador para la óptima observación de la obra. Por su puesto, este inacabamiento resulta más fácilmente observable en las figuras “secundarias” que en los dos principales protagonistas. Pero es un rasgo que marca una distancia con respecto a su pintura de diez años atrás (compárese con El Festín de Baltasar), cuando toda la superficie del cuadro recibe el mismo exquisito y cuidado tratamiento. Es como si Rembrandt estableciese una especie de jerarquía en el acabamiento de los distintos elementos o personajes de sus obras, siendo más cuidadoso con lo que considera fundamental, y más “descuidado” en los detalles o figuras secundarias. Y sin embargo su evolución general irá hacia ese aparente descuido y falta de acabado convencional(*), pero que hace que la imagen gane fuerza expresiva y que la propia pintura vaya cobrando mayor protagonismo y valor.
Figura 6: Mujer en el lecho (1645)

Figura 7: Tito en su pupitre (1655)

Figura 8: Jan Six (1654)
Pero es en las obras que realiza para sí mismo en las que, al saberse libre de toda concesión obligada a la clientela, la progresión de su pintura es mucho más acentuada, tanto en la manera en que aborda los temas como en la forma de representarlos. Con independencia de la posible interpretación de sus imágenes en clave religiosa o de historia, Rembrandt se ha vuelto más íntimo y esencial, como atestiguan los retratos de Hendrickje (figura 6), o posteriormente los de su hijo Tito (figura 7) o su amigo Jan Six (figura 8). La teatralidad y los elementos de lujo superficial van desapareciendo, así como los rasgos de virtuoso convencional, en beneficio de una pincelada cada vez más ancha, pastosa y expresiva; pero que no descuida en absoluto la precisión de las formas, la expresividad del gesto, la armonía del color y sobre todo la luz, cuyo efectismo dramático está al servicio de una sencillez e intimidad desconocidas hasta entonces en la historia del arte y raramente igualadas con posterioridad (quizás sólo Toulouse-Lautrec alcanzó una atmósfera tan personal e intensa). En definitiva, lo conceptual y lo formal alcanzan una nueva armonía expresiva que trasciende lo meramente representativo para ofrecernos una verdad que no puede sino emocionar hasta las últimas fibras de un espectador mínimamente sensible.

Y sin embargo, resulta evidente atendiendo a la caída progresiva de encargos que recibe a partir de mediados de la década de 1640, que hay una divergencia entre el gusto del público y la concepción de la pintura de Rembrandt, que lejos de ceder a las pretensiones del gusto burgués sobre cómo le gusta verse y ver el mundo, continúa obstinadamente por la vía que él considera honesta con su concepción de la pintura. La pompa, circunspección y pretenciosidad del nuevo gusto burgués son conscientemente ignorados por Rembrandt. En lo personal ha cambiado, y con él su pintura.

Aún se puede ir más lejos en la apreciación de la pintura de Rembrandt -y lo mismo vale para el dibujo y el grabado-. Al menos para un espectador contemporáneo parece claro que la forma de pintar del Rembrandt último da valor a la pintura misma, y lo hace en la medida en que trasciende la cualidad de medio de representación, jerarquiza los distintos elementos de la obra y descuida el acabado, en especial de aspectos en principio secundarios.
Figura 9: Autorretrato como San Pablo (1661)

Figura 10: Autorretrato como San Pablo, detalle (1661)
Si se toma como ejemplo su autorretrato como San Pablo (figura 9), de 1661, está claro que el interés primordial está en su propio rostro, mucho más elaborado que el resto del cuerpo o el fondo de la obra, hasta el punto de que ofrecen cierta confusión derivada de la aparente falta de definición y acabado en el sentido convencional. Según los cánones tradicionales no son superficies correctamente trabajadas para que resulten bien representadas; en detalle (figura 10) son meramente borrones de pintura, y sin embargo en ese aparente descuido e inacabamiento radica no sólo la verdad del cuadro sino toda la potencia expresiva de la propia pintura, que de este modo queda valorada en sus aspectos cromáticos, tonales e incluso rítmicos. El Rembrandt de 30 años atrás habría cuidado exquisitamente el acabado de cada centímetro cuadrado de tela; el Rembrandt de ahora se sabe capaz de definir con cuatro trazos magistralmente ejecutados las formas y los volúmenes de su propia mano (o la camisa blanca de Mujer bañándose; ver Anexo, figuras 17 y 18), sin necesidad de insistir ni retocar, haciendo evidentes y palpables la mancha y el trazo, consciente de que es de este modo como la imagen gana fuerza expresiva. El inacabamiento da valor autónomo a la pintura en sí y a la imagen, dejando a Rembrandt a un sólo paso de la formulación que la abstracción haría 250 años más tarde, pero demostrando que el discurso pictórico es independiente de debates estériles sobre figuración o no. Sólo existe la buena o mala pintura, y es sólo ella la que determina a la postre el valor artístico de la obra.

Figura 11: Hendrickje durmiendo (h. 1655)
Más o menos lo mismo podría decirse del dibujo, con el que Rembrandt siempre supo condensar en el menor número de trazos las formas y el movimiento de la figura, aunque ya en su madurez es capaz de realizar dibujos como el de Hendrickje durmiendo, de 1655, con el que además alcanza a representar en una sola pasada de pincel forma, volumen y sombra; pero también es el propio trazo tomado de manera autónoma –en los términos de carga de tinta, velocidad de la pincelada y ritmo- el que define a la perfección la atmósfera de tranquila intimidad y ternura que convienen al tema representado. Y por tanto es el propio trazo el que cobra un valor sustancial.

Figura 12: Las tres cruces (1653)
Quizás en el grabado se pueda ver mejor una evolución similar a la de la pintura. El mismo afán de experimentación como constante, tanto en la búsqueda de expresividad como en la potenciación de la técnica más conveniente a la representación. Y tanto técnica como trazo primero al servicio de la representación (técnica como medio para) y luego en su madurez cobrando un valor propio. Está claro en obras como Las tres cruces que el empleo de la punta seca para potenciar los oscuros –ya casi manchas- como la fuerza casi violenta de los trazos rectos son fundamentales para provocar la conmoción del alma ante el dolor desgarrador –como desgarrada parece la propia plancha- de lo que se nos presenta en la escena. De nuevo la forma, la técnica y el medio son la clave expresiva de la imagen, y de nuevo Rembrandt se ha adelantado a su tiempo, alcanzando unas cotas de expresividad y valor formal que exprimen todas las posibilidades del grabado.

Lo que era una tendencia incipiente en la década de los cuarenta, se convierte en los últimos años de su vida en una realidad mucho más evidente. La manera en que aborda los temas y concibe las imágenes no puede ser más clara y sencilla, y constituye la principal clave de esa sensación de frescura, espontaneidad y viveza que destilan los cuadros. No queda el más mínimo resto de complejidad compositiva, abigarramiento de elementos, de lujo o de exotismo gratuitos; tampoco de bullicio ni aspavientos dramáticos. Todo se ha vuelto esencial, sosegado y silencioso, y sin embargo la fuerza expresiva que desprenden las imágenes es mucho más potente. O más bien, precisamente por eso.

Al abandonar todo elemento de distracción y de retórica la pintura cobra mucho más protagonismo, pero en absoluto se convierte en un elemento de deleite sensual o de exhibicionismo virtuoso. Y sin embargo es casi imposible encontrar un repertorio de recursos pictóricos más completo. Prácticamente todos sus óleos vienen a ser un tratado de todo lo que se puede aprender en pintura, y de este modo es posible ver las obras como lo que también son y Rembrandt seguramente sabía: pintura pura.

Pero la comprensión de esto que a nosotros nos puede resultar claro después de haber pasado por toda la historia posterior de la pintura, en la década de 1660 estaba al alcance de muy pocos, y casi con total seguridad sólo a un nivel de intuición imposible de formular. Y esto también está en la base de la pérdida de favor de público y clientes que padeció Rembrandt al final de sus días. Aunque hoy nos pueda resultar incomprensible, por ejemplo, que La Conjura de los Bátavos fuese rechazada (y nos duela que Rembrandt se viese forzado a recortarla para tratar de sacarle algún provecho económico), lo cierto es que no se puede esperar que la mayoría de sus contemporáneos fuese capaz de apreciar como lo hacemos hoy lo que se les presentaba a los ojos y a la razón. No es una mera cuestión de gusto de entonces, sino también de comprensión, porque esta pintura de Rembrandt estaba ya siglos por delante de su tiempo.
 

Figura 13: La conjura de los bátavos (1661-1662)
Basta con un simple vistazo para darse cuenta de que la obra parece inconclusa, con todas esas grandes manchas, gruesas pinceladas, aquí y allá restos de dibujo apenas disimulado que dan una apariencia de tosquedad, de falta de refinamiento en la representación. Vista en detalle esa impresión aumenta, como si Rembrandt lo hubiese pintado con desinterés, como un mero esbozo resuelto precipitadamente con unos cuantos brochazos.

Figura 14: La conjura de los bátavos, detalle (1661-1662)
Sin embargo la fuerza que emana de esas figuras, de esos rostros repulsivos en su deformidad es enorme; y lo es en gran medida por su falta de acabamiento y por haber desterrado cualquier atisbo de belleza que permita alguna forma de deleite sensual. Lo que hay es una expresividad pura que no obedece a ninguna de las convenciones que la pintura había utilizado hasta entonces. Es de la propia pintura de donde brota la fuerza de la obra. Rembrandt lo sabía. La prueba de su convencimiento está precisamente en que La Conjura de los Bátavos fue concebida como una obra pública; y la prueba de que su idea de lo que debía ser la pintura se adelantó a su época es que fue rechazada. Sólo Goya, antes del siglo XX, presentará una concepción de la pintura similar a la de Rembrandt.

Y La Conjura de los Bátavos es sólo un ejemplo. Prácticamente todos los óleos que realizó en la última década de su vida presentan en mayor o menor grado el creciente protagonismo de la pintura como medio expresivo en sí, ya sea en los cuadros que pintó para él o encargos públicos o privados. Los síndicos de los pañeros, Homero dictando sus versos, La novia judía, Retrato de familia, El regreso del hijo pródigo, Simeón en el templo… (ver Anexo) Son todas obras en las que el inacabamiento y la falta de sentido convencional de la representación potencian la apreciación de la propia pintura de una manera autónoma.

Figura 15: La novia judía (detalle)

Figura 16: Retrato de familia (detalle)
Ya sea al contemplar la obra en su conjunto o en la apreciación de sus detalles, no se le puede escapar a cualquier espectador el hecho de que toda convención de la representación pictórica en el Rembrandt último ha desparecido por completo. Las formas pierden la relevancia de su realidad visual en la misma medida en que Rembrandt muestra de manera explícita los recursos de la pintura. A veces son pinceladas tenues que parecen desmaterializar el modelado y las texturas. Otras, son trazos veloces y potentes que parecen definir un movimiento. Aquí deja grandes manchas indefinibles fuera del conjunto, mientras en otras zonas insiste en un trabajo de impasto o espátula, a menudo para detalles a priori secundarios (como esa maravilla de textura de la manga amarilla en La Novia Judía, o la de la madre del Retrato de Familia; figuras 15 y 16). La exhibición de recursos es abrumadora, y al hacerla explícita, aun a costa del cuidado de lo representado, parece claro que en realidad lo que está representando Rembrandt es la propia pintura.

Se diría que es consciente, tras haber sobrevivido a toda adversidad personal y profesional, de que ya sólo se debe a la pintura. Es lo único que le queda, y le será fiel hasta su último hálito de vida.
¿Es posible encontrar en un pintor un grado mayor de honestidad?



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(*) Por "acabado convencional" me refiero al modo en que acababa los cuadros Vermeer, por poner un ejemplo de los más logrados.




ANEXO


Figura 17: Mujer bañándose (1654)

Figura 18: Mujer bañándose, detalle (1654)


Figura 19: Homero dictando sus versos (1663)

Figura 20: La novia judía (h. 1666)

Figura 21: Los síndicos de los pañeros (1662)

Figura 22: Retrato de familia (1668)

Figura 23: Simeón en el templo (1669)

Figura 24: El regreso del hijo pródigo (1668)



Figura 25: Autorretrato como Zeuxis (h. 1662)