P. Klee: Borrado de la lista (1933) |
Hablar de la concepción nazi de la cultura puede resultar más complicado de lo que parece. Aunque creo que no me equivoco demasiado si se resume en algo tan sencillo como "lo que le gusta a Hitler" (ver el enlace 2 en el anexo, procuren no vomitar con la página), tratar de dar una explicación "racional" es complejo a la vista de las argumentaciones que se daban, la gran mayoría de ellas verdaderamente delirantes y tan arbitrarias como el gusto personal de quien las teorizaba.
En una concepción totalitaria donde no hay distinción entre líder, partido y nación, la concepción de la cultura no puede ser otra que la del Führer, aunque por supuesto se puedan rastrear antecedentes en las concepciones Volkish sobre la cultura y escritos teóricos bastantes cuestionables en la misma línea al menos desde finales del siglo XIX -Entartung ("Degeneración"), de Max Nordau, se publicó en 1893; Arte y Raza, de Paul Schulze, en 1928-.
En su concepción mesiánica, Hitler se veía a sí mismo como la encarnación de ese espíritu germánico, el heroico soldado que por la fuerza de su voluntad se levanta para guiar y salvar Alemania de sus enemigos interiores y exteriores y construir un Reich que habría de durar 1000 años. Imaginando a Alemania como Brunilda, ya tenemos a Sigfrido con bigotillo. Y es que resulta tentador imaginarse a Hitler en delirante ensoñación sobre la estética de Nueva Germania mientras escuchaba las óperas de Wagner o las sinfonías de Beethoven y Bruckner.
En fin, dejando a un lado los lugares comunes, quizás lo primero que habría que decir sobre el régimen nazi en lo que ahora nos importa, es que la construcción de una cultura según los cánones de su concepción está entre las prioridades absolutas desde el primer momento. Prueba de ello es la constitución en marzo de 1933 de la Cámara de Cultura del Reich, controlada por Joseph Goebbels, que exigió la adhesión a la misma de toda persona vinculada de algún modo con la creación cultural. Y conviene aclarar que la no adhesión implicaba automáticamente convertirse en un enemigo de Alemania, un verdadero proscrito que había que perseguir y eliminar. Se abría la veda para un verdadero ajuste de cuentas con todos aquellos creadores que chirriaban de algún modo con la concepción nazi de la cultura, de la política y de la sociedad. No hubo listas negras, sino listas públicas de autores en todos los ámbitos de la cultura cuyas obras habrían de ser eliminadas de la vida pública y privada. O se estaba con los nazis o contra ellos, y entre éstos estaban judíos, comunistas, izquierdistas, pacifistas y vanguardistas ("degenerados", en lenguaje nazi) en todas las disciplinas artísticas.
Cualquier manifestación cultural que no fuese del agrado de los nazis era catalogada con alguna de estas categorías "peyorativas", y entre todas ellas sobresalía el judaísmo como fuente primordial de todos los males de la existencia; el autor señalado o era judío, o profesaba alguno de los credos ideológicos provenientes del judaísmo, o estaba respaldado por judíos formando parte de un complot para socavar los viriles fundamentos de la cultura germánica.
Y ya puestos a no pararse en barras, los nazis no se conformaron con los autores contemporáneos, sino que hicieron extensivos sus prejuicios y delirios a manifestaciones del pasado, de manera que la difusión de la obra de autores judíos fue prohibida o marginada. Había que extirpar la veta hebraica allá donde y cuando se hubiese manifestado de algún modo, ya se tratase de Marx, Mendelssohn o cualquier otro.
Por otra parte, tampoco se vaciló en manipular el pasado para apropiarse de aquello que sí era del gusto nazi; así, Alfred Rosenberg llegó a reivindicar el carácter germánico de la estatuaria griega o del Renacimiento italiano. Ignoro con qué argumentos, aunque posiblemente resultase curioso ver hasta qué punto y de qué manera las cabezas pensantes del III Reich eran capaces de manipular la Historia para que cuadrase con sus aberrantes concepciones.
Quema de libros en la Plaza de la Ópera de Berlín el 10 de mayo de 1933 |
En nombre de ese supuesto espíritu alemán serían arrojados a las llamas cientos de miles de libros en múltiples hogueras a lo largo y ancho de Alemania el 10 de mayo de 1933 (aunque también las hubo antes y después de esa fecha), con lo que se pretendió extirpar simbólicamente de la cultura alemana la obra de una extensa lista de autores que ya figuraban como prohibidos de manera pública, y que constituía de paso un aviso para su eliminación de los fondos de archivos y bibliotecas tanto públicas como privadas en todo en territorio alemán. Semejante acto de barbarie fue promovido principalmente por asociaciones de estudiantes afines a la ideología nacionalsocialista, y contaron con la ayuda y colaboración tanto de organizaciones y dirigentes nazis (Goebbels pronunció el discurso anterior a la quema en Berlín) como de decenas de miles de ciudadanos que apoyaban el nuevo régimen y se unieron a la locura colectiva de la supuesta depuración cultural en un acto tan salvaje como banal que ha quedado en la memoria, por su simbolismo, como uno de los peores episodios de ignominia y barbarie del siglo XX.
Cartel de la Exposición de Música Degenerada (1938) |
Cartel de la exposición Arte Degenerado (1937) |
Dentro de la exposición de Arte Degenerado se encuadraba la práctica totalidad de las vanguardias históricas (1). La organización resultó precipitada, las obras aparecían intencionalmente más amontonadas que expuestas en salas cubiertas de pintadas y mensajes burlescos, y frecuentemente confrontadas con obras de enfermos mentales; y es que, además de las acusaciones, absurdas en la mayoría de los casos, de judaísmo y bolchevismo, los nazis sólo podían comprender el lenguaje vanguardista como una
Desfile del Día del Arte Alemán (1937) |
En fin, al igual que sucedió con los músicos, literatos o cineastas que no eran del agrado de las autoridades, la persecución y la prohibición del ejercicio del arte en muchos casos no se hicieron esperar y acabó con muchos de los representantes de la vanguardia en el exilio, además de con la incautación y destrucción de un número de obras sobre el que aún no hay acuerdo unánime, pero que oscila entre las 5000 y las 20000. Y esto me da pie a señalar un episodio particularmente vergonzoso, el de la venta de piezas incautadas.
Subasta de un autorretrato de Van Gogh en el Gran Hotel de Lucerna el 30 de junio de 1939 |
Hitler supervisando su proyecto de gran museo de arte en Linz, hacia 1944. |
A grandes rasgos creo que se puede afirmar que la manipulación nazi de la cultura fue absoluta, en todos los ámbitos y referido a todas las épocas. A su concepción aberrante y falsa de la existencia tenía que corresponder una imagen y una concepción de la cultura que no podía sino ser igualmente aberrante y falsa.
A su manera, al menos, era coherente en ciertos aspectos; si se pretendía reflejar la idea de la eternidad de Alemania y el hombre germánico, había que justificar esa eternidad en el pasado (tarea imposible por falsa), y ante el continuo tropiezo con una verdad histórica reacia a adaptarse a sus prejuicios, el nazi, animal en permanente lucha contra la realidad, opta por el recurso a la manipulación de distinto tipo: apropiándose de lo que le interesa, eliminando lo que no procede, recurriendo a las medias verdades... Y aún así tropezando de continuo con contradicciones, errores e interpretaciones imposibles; aunque siempre le quedaba el as en la manga de "el Führer siempre tiene razón", o lo que viene a ser lo mismo, que toda controversia incómoda para el régimen siempre podía ser solventada por el dictamen arbitrario de la autoridad. En el III Reich la verdad lo era por decreto y tenía carácter universal.
Esa "verdad" decretada fue la que condenó al ostracismo a grandes figuras de la cultura alemana por el simple hecho de ser judíos; y obvio es decir que el agravio no era sólo contra el autor, sino contra el conjunto de la cultura alemana y universal, que quedaba de este modo mutilada para el pueblo alemán, al que se le negaba parte de su pasado y de su identidad colectiva.
Y en lo que respecta a la cultura contemporánea el afán era el mismo, y la diferencia sólo estribaba en la violencia extrema con que los nazis se aplicaron a la tarea de eliminar todo aquello que consideraban antialemán: persecución y exilio de autores, quema pública de obras, ridiculización de concepciones estéticas opuestas a las oficiales, destrucción del patrimonio indeseado... Se convirtieron en constantes desde 1933, haciendo de la creación cultural un infierno para todos aquellos que no fuesen adeptos en fondo y forma con los pobres postulados oficiales; incluso autores como Emil Nolde, miembro del partido, sufrió en sus propias carnes el descrédito y la ignominia de ser tildado de "degenerado" por sus propios correligionarios. Al menos en este aspecto no se puede decir que hicieran distingos.
Evidentemente, tal ensañamiento y exhibición de violencia destructora no estaba dirigida exclusivamente a amedrentar al enemigo interior; era también el anticipo de lo que habría de suceder una vez los nazis se hubieran adueñado del mundo y lo hubiesen puesto a los pies de Alemania y de su Führer. En esto consistía el orden civilizador nazi, y así lo pusieron de manifiesto en todos los territorios ocupados, donde la rapiña y el expolio fueron constantes desde el primer momento de la ocupación.
El afán imposible de manipulación cultural de los nazis es probablemente consecuencia de un problema mucho más profundo, como es la incapacidad para comprender la realidad del mundo, su dinamismo y su evolución imparable. La confrontación de esta realidad con las abstracciones metafísicas (falsas, además) propias de los nazis hacen que reaccionen con una violencia extrema: contra la cultura, contra los hombres, contra lo que sea que se oponga a sus erróneas concepciones. El de los nazis es un empeño inútil de confrontación con la una realidad cuya comprensión se les escapa.
En lo que respecta a la cultura en concreto, y en paralelo con la idea general, los nazis fueron (y son) incapaces de comprender que la cultura tiene su propia evolución y su realidad, que nunca ha sido ni puede ser estática ni eterna, y que todo intento encaminado en esa dirección ha fracasado sistemáticamente; que la cultura es una realidad inclusiva, y en ello estriba su riqueza y capacidad de evolución. Bastaría un somero vistazo a las realizaciones culturales de los nazis para darse cuenta de su extrema limitación y pobreza: reiterativa, homogénea en forma y contenido, carente por completo de interés, de misterio y de vida. Eterna como la muerte.
Pese a todo su empeño por crear una cultura y un arte a la altura de la raza germánica, el legado cultural nazi es de lejos el más pobre y estéril que haya podido legar un régimen o civilización contemporáneo, salvo quizá los talibanes y el Daesh, que carecen de voluntad creativa y con los que guardan lamentables similitudes en lo destructivo. El III Reich ni pudo anular, ni pudo modificar, ni renovó la cultura según su concepción porque el suyo era un empeño inútil antes de comenzarse.
Una dimensión de esta incomprensión de los nazis hacia la realidad de la cultura lo constituye también el error de pensar que se puede manipular a los creadores para convertirlos en colaboracionistas. Aunque no faltaron intelectuales, artistas o intérpretes que se dejasen seducir por la retórica mesiánico-patriotera de los nazis, pocos hubo (salvo los más mediocres y fanáticos) que apoyaron incondicionalmente al régimen hasta el final. Muchos de ellos sabían que la "esperanza que se abría para el pueblo alemán" no era algo que tuviese que ver con la perversión de la cultura, y aunque en un principio pudieron colaborar o ser cómplices pasivos (Richard Strauss, Wilhelm Furtwängler o Emil Nolde), llegados a cierto punto no podían como intelectuales mirar hacia otro lado mientras el régimen se empeñaba en mutilar la cultura y perseguir a sus creadores sólo por ser judíos o porque su obra estaba entro lo que los bárbaros denominaban "degenerada".
En definitiva, creo que lo único por lo que puede merecer la pena conservar el paupérrimo legado cultural nazi es para que sirva de recuerdo, al igual que el resto de ese periodo demencial, sobre la deriva viciada que puede tomar la cultura cuando intenta ser manipulada por fanáticos desquiciados. Y aunque la proyección posterior de ese tipo de concepción cultural quedó confinada a la marginalidad, sólo mantenida por grupos minoritarios de nostálgicos y descerebrados, conviene que no desaparezca de la memoria colectiva para que sirva de aviso sobre lo que podría suceder. No hay nada que inmunice de manera absoluta frente al fanatismo destructor, pero el conocimiento de la cultura, de su dinámica y evolución, puede ser un instrumento verdaderamente útil para, cuando menos, cuestionar los mitos sobre los que se levantan los discursos fascistas. Que la pesadilla nazi sirva para recordar el error, no es poca cosa.
No bajen la guardia, el virus está latente.
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(1) Salvo quizás el Futurismo, que aunque Hitler menciona en el discurso inaugural como una manifestación de degeneración del arte, no aparece representado en la muestra, ni ninguno de sus representantes mencionado como "degenerado". Cabe especular que las obras futuristas no fuesen bien conocidas en Alemania o si, tratándose de un movimiento italiano, muchos de cuyos miembros ensalzaron abiertamente la avenida del Fascismo, el régimen nazi pretendiese hacer una salvedad y de paso no irritar a Mussolini, que ya había puesto a Hitler en su sitio en lo que respecta a la valía de las creaciones de los pueblos no germánicos.
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ANEXO
http://www.academia.edu/225659/Arte_Degenerado_Traducci%C3%B3n_al_espa%C3%B1ol_Obra_de_Pedro_Manrique_Figueroa
http://nacionyraza.blogspot.com.es/2009/09/discurso-de-adolf-hitler.html