domingo, 19 de noviembre de 2017

En torno a una definición de Arte




¿Se puede dar una definición aunadora de Arte? Tal definición debería ser válida para todas las artes, no sólo las plásticas, con lo que habría que encontrar algún tipo de nexo común. El problema es que la definición de lo común resta contenido a lo específico, con lo que siempre hará falta delimitar el contenido especifico de cada una de las artes. No pretendo dar una definición de validez universal de qué es arte, sino plantear lo que a mi entender son los problemas y dificultades para aportar tal definición. La idea, en el probable caso de que no estén de acuerdo conmigo, es que elaboren su propio concepto, sopesando todas las variables en juego. Vamos a ello.

Una trampa del arte conceptual, y la que da sentido a la afirmación de que cualquiera puede ser un artista, es el énfasis en el contenido. Todo arte, para ser tal, tiene que tener un contenido; pero es concebible que tal contenido se manifieste de manera variable para cada espectador. La obra, la misma obra, siempre llegará de modo distinto a cada uno; incluso de forma diferente a lo que propone el mismo autor. En realidad se puede decir que es el espectador el que dota de un contenido específico para él a cada obra que contempla. De este modo, efectivamente, cualquiera puede ser un artista.

Bien, pero como creador de una idea o contenido, ¿por qué no se considera al espectador (y al autor, puesto que todo autor es también espectador) como filósofo, como ensayista, o como poeta? Quizás haya que buscar las raíces de este problema en la vieja controversia del "Parangón de las Artes", entre las artes manuales y las artes del espíritu. Tal controversia se resolvió con el reconocimiento de que la recreación de la belleza por parte de los artistas plásticos era una competencia del espíritu, aunque se encontrase mediatizada por la existencia de una obra material realizada por la mano del artista.

La mediación de la obra en la comunicación espiritual entre artista y espectador es una idea que no sólo ha pervivido, sino que es definitoria, y condición necesaria, para poder hablar de artes plásticas. Avelina Lésper tiene razón al reivindicar no sólo la existencia de la obra, sino también una componente cualitativa de esa obra. El mero objeto no es suficiente.

Pero la propia evolución del arte desde los viejos tiempos del "Parangón" ha hecho que los límites de lo que se puede considerar una obra de arte y lo que no, se hayan vuelto muy difusos, hasta llegar a desaparecer con el ready-made. La cuestión es, quizá, si se admite al ready-made como objeto de las artes plásticas o como inauguración de una nueva disciplina expresiva y conceptual ajena a las artes plásticas.

Por lo demás, también convendría analizar esa afirmación de Duchamp de que el autor ha de ser ante todo un pensador. En la actualidad nadie duda de que la actividad artística, para ser tal, tiene que tener una componente intelectual, pero resulta obvio que tal componente por sí misma no hace una obra de arte ni convierte a su creador en un artista (o desde luego no son reconocidos como tales).

Ahondando en la dimensión intelectual y de pensador del artista, también podría plantearse qué ámbitos o materias del espíritu son o deben ser competencia del artista. Tradicionalmente, el ámbito filosófico que atañía a los artistas era meramente el estético; o si incorporaban formas de pensamiento de otras disciplinas eran, por otra parte, préstamos tomados de otros pensadores y por lo general revertían en problemas plásticos (véase, por ejemplo, la perspectiva); es decir, el alcance de la dimensión intelectual estaba orientado a solucionar o innovar en el plano formal de la obra.

Con las vanguardias históricas la situación no es muy diferente. La innovación en las ideas se adapta y se refleja plásticamente en la obra. En corrientes más conceptuales como el Surrealismo o Dadá la obra es un espacio de representación de la concepción estética y conceptual, a veces con menor preocupación  por las soluciones formales, especialmente entre los dadaístas. Sería Dadá el que con su propuesta de que cualquier objeto es potencialmente una obra de arte dinamitaría el estatus del que había gozado la obra hasta entonces. El único paso que restaba por dar sería el "arte sin obra" de los artistas conceptuales.

De aceptar las premisas de Dadá y los conceptuales, lo que procedería entonces es preguntarse sobre el estatus de la obra de arte y del propio artista anteriores, de tiempos pretéritos. ¿Qué es lo artístico en, por ejemplo, la Alegoría de la Primavera, de Botticelli? ¿La idea que contiene, su plasmación pictórica, o ambas? ¿Puede una misma concepción de lo artístico referirse a la obra y a la no-obra? ¿Tiene el arte, como Nuestro Señor Jesucristo, dos naturalezas? ¿Las obras de arte de antaño eran simplemente artesanía, quizás un objeto prescindible? ¿Ha transmutado la naturaleza del arte por obra y gracia de Marcel Duchamp? ¿O quizá se nos pasó por alto que Duchamp había creado una nueva disciplina expresiva? ¿Pueden tener que ver otros componentes del mundo del arte que no son artísticos?

Ya he dicho que una concepción tradicional del arte es entenderlo como un medio de expresión, pero enfatizar excesivamente el peso del mensaje conduce al extremo de negar la necesidad de la propia obra (arte conceptual), en cuyo caso creo que habría que hablar de otra cosa, no de artes plásticas. El otro extremo sería el formal, cuyo límite último sería la artesanía, el mero dominio técnico del oficio. El peligro del exceso de formalismo es caer en el manierismo, en la academización del arte que estorba la innovación (la exploración formal siempre tiene que representar una innovación); pero en todo caso siempre hay una obra singular, cosa que no sucede con el arte conceptual.

Entonces, ¿por qué se habla del arte conceptual como una evolución de las artes plásticas? A la postre, por meros intereses del mercado del arte. Es cierto que la ubicación de las obras conceptuales dentro de cualquier otra disciplina cultural resulta complicada, pero el mero hecho de que a menudo tengan una corporeidad (un objeto) ha sido aprovechado por el mercado como una oportunidad para justificar su comercialización. Lo que podría haber significado un serio revés, el mercado lo convirtió en la posibilidad de explotar comercialmente casi cualquier cosa. Primero, re-objetualizando la idea en la "obra" (se vende un objeto). Y segundo, dictaminando lo que es arte y lo que no (básicamente, si está en el mercado del arte, es arte). Para ello contó con la colaboración necesaria de la crítica, que aceptó sin controversia alguna, hasta donde yo sé, el arte conceptual como parte de las artes plásticas.

La única manera que se me ocurre para resolver la contradicción que llega a suponer definir "arte" tanto con obra como sin ella, y de paso dar continuidad y permanencia a la historia de las artes plásticas, es asumir que independientemente del peso de la dimensión conceptual de la obra, para que ésta se pueda considerar arte plástica tiene que preservar un estándar mínimo de calidad formal. Y por varios motivos. El primero es que no existe una contradicción fundamental entre lo formal y lo conceptual; de aquí arranca precisamente la autoreivindicación del artista como intelectual de la que derivó la mencionada controversia del "Parangón de la Artes". En ella, uno de los argumentos esgrimidos por los poetas para señalar la dimensión esencialemente espiritual de su arte y su superioridad sobre el trabajo de pintores y escultores, era que ellos no se ensuciaban en su actividad; es decir, que sus creaciones no estaban ligadas a la creación manual de un objeto -sintiéndolo por los fetichistas, el manuscrito original de un poema jamás fue considerado como obra de arte, su materialidad se consideraba despreciable. Poca visión de mercado, sin duda-.

En cierto modo, es una conclusión similar a la que llegaron los artistas conceptuales en base a dar la prioridad exclusiva al contenido. Y como ya dije, la controversia se saldó con la inclusión de las artes plásticas entre las disciplinas del espíritu, pero dejando claro (siempre lo estuvo, por otra parte) que lo que diferenciaba a la poesía de las artes plásticas era que éstas plasmaban su contenido en la fisicidad del objeto. Es decir, que las artes plásticas tienen que ser objetuales, necesitan que exista la obra como tal.

Pero no sólo eso, sino que un rasgo común tanto de la poesía como de la plástica es que la transmisión del contenido se hace a través de una forma específica y excelente, propia y exclusiva de cada disciplina. Ese dominio formal del código específico de la disciplina para expresar un contenido es lo que caracteriza al arte y diferencia al artista del mero comunicador.

Aún nos movemos en una definición muy ambigua en la que no es seguro si entran ciertas manifestaciones y obras (pienso en las instalaciones) y surgen ciertas dudas, por ejemplo referidas al empleo de materiales y objetos, la legitimidad del ready-made como obra de arte... ¿Dónde están los límites? ¿Cuál es el papel del artista? Seguramente se hace precisa una definición específica de lo que es propio de cada disciplina para determinar la posible inclusión de la obra concreta en su categoría correspondiente; si se la puede considerar dentro de las artes plásticas o si se debería considerar la posibilidad de crear nuevas categorías en las que encuadrarlas.

Admitiendo una defición de arte como un modo particular de comunicación espiritual realizada a través del dominio formal de un código específico y exclusivo, o de la combinación de varios de ellos, vemos que aún estamos lejos de poder concretar y precisar lo artístico de una obra, e incluso si ésta es arte o no. De ahí que se haga necesario afinar más la definición especificando las características propias del código que maneja cada disciplina.

Y todavía sólo habríamos llegado a la posibilidad de diferenciar a qué disciplina corresponde cada obra o, en el caso concreto del arte conceptual y otras manifestaciones del arte actual, determinar su validez como obras de arte propiamente dichas o si forman parte de una nueva forma de expresión aún por especificar. Existen muchos casos en los que los límites son imprecisos, y para ello se hacen necesarias la crítica y la controversia honestas. Sobran mercenarios del mercado.

Ya que estamos con mercenarios del arte, creo que conviene repasar un poco la posición de Athur C. Danto, uno de los grandes valedores de la prioridad absoluta del contenido. Para Danto, "algo es una obra de arte cuando tiene un significado -trata de algo- y cuando ese significado se encarna en la obra, lo que significa que ese significado se encarna en el objeto en el que consiste materialmente la obra de arte. En resumen, mi teoría es que las obras de arte son significados encarnados". ¿Como una señal de tráfico, por ejemplo? ¿O se olvidó precisar que dependía del contexto y de quién determina el contexto?

Resulta evidente que si se toma la definición de Danto al pie de la letra, la componente formal de la obra de arte se reduce exclusivamente a su corporeidad material, y que la dimensión cualitativa de esa componente formal directamente es irrelevante. Ni siquiera apunta a que el contenido tenga que tener alguna dimensión cualitativa; que sea pertinente, oportuna, reveladora, representativa, innovadora... Nada, la existencia del contenido en abstracto es condición suficiente.

Danto tampoco disiente demasiado de la definición institucional de arte de George Dickie, resumida en que "es arte si el mundo del arte dice que es arte". En mi opinión, Dickie vendría a ser el corolario de Danto para justificar que el mundo del arte (léase mercado del arte, puesto que todos están en nómina) dictamine de manera absolutamente arbitraria en qué consiste el arte, y por supuesto, ocultando la verdadera motivación que rige ese mundo: la ganancia.

Efectivamente, al renunciar a la componente formal se abre las puertas al "todo vale", que en el fondo oculta una contradicción que se evidencia en la práctica: puesto que de facto el mercado se arroga la facultad de determinar qué es arte y qué no, resulta claro que hace una selección (pregunten a los artistas noveles que buscan abrirse camino en ese via crucis) que evidencia que no todo vale. O no de momento, hasta que el mercado cambie de parecer e instaure una nueva "corriente"o "moda", determinada por su absoluto arbitrio, en la que la componente formal tendrá más o menos peso en base a las perspectivas de negocio. Se trata de perpetuar una ambigüedad permanente para legitimar ese arbitrio del mercado y quienes lo controlan.

En realidad, mi crítica al planteamiento de Danto es la extensión de su concepto a toda la Historia del Arte, y más concretamente a las artes plásticas. Si dirigiese su discurso a la definición del arte conceptual objetualizado como una nueva forma expresiva, yo no pondría ninguna objeción, me parecería completamente legítima y acertada. Pero al hacerla extensiva a las obras del pasado siembra la confusión sobre qué era el arte entonces, y al prescindir de la componente formal elimina tanto la validez de la principal intencionalidad del arte -"algo que no se puede expresar de otro modo"-, como la autonomía del valor formal de la obra.

La forma, diga Danto lo que quiera, ha sido siempre el hilo conductor de toda la Historia del Arte. Sus variaciones son las que reflejan el cambio tanto en la sensibilidad como en la manera de hacer llegar el contenido al espectador. Es lo que ontológicamente define al arte y lo diferencia del pensamiento, de la filosofía, que se define por el contenido. Existe una gran diferencia entre la evolución de los aspectos formales que definen cada periodo de la Historia del Arte, que ha tendido hacia una depuración de todo condicionante externo, y la propuesta de Danto que implica prescindir por completo de ella. Danto no redefine el arte, lo elimina al privarlo de su razón de ser y todavía pretende mantener vivo el concepto mismo de arte. Parece claro que a partir de ahí, sin una categoría mínimamente objetiva a la que agarrarse, se cae en el arbitrio de la institución, en este caso del mundo del arte.

No es de extrañar que el espectador medio experimente una estupefacción ante la contemplación de buena parte de lo que se exhibe en los circuitos del arte, ni que la estupefacción aumente exponencialmente ante el conocimiento de las cotizaciones de las obras. En cierto modo se institucionaliza, además de la autoridad para definir lo que es arte y lo que no, la idea de que el precio es el baremo de la calidad de la obra; el "debe ser bueno si es tan caro..." con el que el espectador medio intenta en vano convencerse de la validez de lo que contempla.

Tampoco estoy de acuerdo con la idea tomada de la política de que "toda opinión cuenta", porque no me creo que toda opinión, venga de donde venga, esté realmente fundada en el conocimiento de aquello sobre lo que se opina. De esto también es en buena medida responsable el modelo de la "institucionalización", principalmente por no cumplir con su cometido fundamental de ser un factor de la educación del espectador; no se enseña al espectador a desarrollar su propia capacidad crítica de apreciación. ¿Por qué? Porque las instituciones, y los intereses privados que las manejan a su antojo y conveniencia saben que ésa sería la clave que puede acabar con su motivación primordial, que no es otra que la ganancia. Cuanto más ignorante permanezca el espectador, más estará en manos de instituciones manipuladoras. De ahí la necesidad de educar al espectador, de dotarle de autonomía y de criterio propio para no ser manejado por los intereses económicos del mercado.

Y el espectador tampoco está libre de responsabilidad. Si realmente tiene interés en apreciar lo que contempla tiene un largo camino que recorrer, desde el principio. En arte, como en todo, lo que existe es producto de una evolución, y para comprender esa evolución hay que conocer el proceso. Empiece por lo primero, acuda al museo, contemple la evolución durante milenios de eso que se considera arte; y cuando sea capaz de vislumbrar el hilo conductor que está presente en todas y cada una de esas manifestaciones, estará en condiciones de valorar de forma crítica e independiente el arte de su tiempo.

O váyase a tomar algo, pero no moleste.