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E. Schiele: Niña y mujer agachadas (1918) |
Resulta
más que frecuente encontrar textos referidos a la obra de Egon Schiele en los
que se resalta la faceta sexualmente descarnada, erótica o pornográfica de su
obra; pero sin que se caiga en un error negando la dimensión sexual en su obra,
habría que hacer una serie de puntualizaciones que me parece que llevan al
cuestionamiento de ese carácter o cuando menos a reconocer que presenta unas
claras peculiaridades.
Antes
de nada habría que definir qué se entiende por imagen erótica. Para mí, es toda
aquella imagen cuyo objetivo es la estimulación sensual encaminada al placer
sexual. Qué en concreto produce esa estimulación es cosa de cada cual (amigo
espectador: no se minusvalore, el erotismo está en su cabeza por lo menos tanto
como en la obra que tenga delante).
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Anónimo: Marte y Venus. Grabado (S. XVIII) |
La
imagen erótica artística ha presentado algunas constantes a lo largo de los
siglos. Por lo general representa el cuerpo entero, como un objeto de deseo,
casi siempre de una mujer (mucho menos, aunque también, un jovencito), ya sea
sola mostrando su entera desnudez, o en un acto sexual en el que las diferentes
formas de penetración son evidentes. Se trata de ver lo que se desea y verse
reflejado en lo que se ve; y siempre desde la óptica de la sexualidad
masculina.
Si se
parte de que toda imagen que muestre un desnudo total o parcial es
potencialmente erótica, el repertorio de imágenes de Schiele que se pueden
considerar como tales es sustancialmente amplio y centrado en la mujer -aunque
hay muchos desnudos masculinos, no creo que se puedan considerar imágenes
eróticas propiamente dichas-. También hay imágenes de niños que pueden ser
calificadas, por lo menos, como sensuales, aunque son ciertamente escasas.
Pero desnudo
no es lo mismo que erotismo o sexualidad, y es el caso de la obra de Schiele.No creo
en absoluto que se pueda decir que sus desnudos tengan una clara aspiración a
ser representaciones bellas en el sentido tradicional; no pretenden estimular
el impulso sexual a través de la contemplación de lo hermoso y deseable. Y sin
embargo es cierto que la desnudez y la genitalidad, la representación de los órganos
sexuales, nunca antes había sido tan explícita y cruda fuera de los círculos
marginales de la imagen erótica, como la decoración de burdeles o los grabados pornográficos
que se conocían desde hacía mucho tiempo.
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E. Schiele: "Visto en un sueño" (1911) |
Explícita
porque no oculta nada, y cruda porque aparece en todo su detalle, sin excluir
el vello púbico proscrito de toda representación artística oficial, entendida
como pública, por su vinculación con la pasión sexual de la mujer -y sí, conozco a Courbet
y su El origen del mundo; un encargo privado que no alcanzó la oficialidad
hasta fechas muy recientes-. Ya Klimt, no mucho antes, había representado los
genitales en su plena realidad, sin excluir su funcionalidad como órganos para
el goce sexual, haciendo de paso que lo sexualmente explícito en el arte dejara
de ser algo marginal para convertirse en verdadera obra de arte. No sé si
Schiele llegó a tener acceso a las representaciones de coitos y mujeres
masturbándose de Klimt, si se trató de una mera coincidencia, o si pudiera ser
una especie de tópico entre artistas, algo así como un tema a representar. Pero
lo cierto es que hay muy claras diferencias entre las imágenes de uno y otro.
Creo
que para entender el erotismo de las imágenes de Schiele es importante tener en
cuenta una serie de consideraciones, comenzando por la necesidad de analizar no
sólo cada una por separado, sino también el conjunto de todas ellas, así como
distinguir su obra sobre papel de su obra al óleo (que él consideraba como
principal). Además es conveniente comprender su método de trabajo como una de
las claves de la materialización de la imagen en sí. Por último, creo que no se
puede pasar por alto ni la intencionalidad con que se hizo la obra, ni la
difusión que iba a tener, ni la relación que todo ello guarda con el contexto
de la moral imperante en aquel momento.
Schiele
era un observador compulsivo, que reflejaba sobre el papel aquello que por
algún motivo le producía una conmoción visual y/o espiritual. Su prodigiosa
habilidad para el dibujo le permitía poder hacerlo, y con una precisión
asombrosa siempre bajo su propia óptica. Es decir, que partiendo de lo que
veía, un impulso interior le llevaba a representarlo del modo en que lo sentía.
Era expresionista, vaya, un explorador de sí mismo que reflejaba su propia
interioridad quizás para intentar comprenderla. En este sentido de exploración
expresiva no hay distinción entre sus dibujos y sus óleos en cuanto al carácter
de obra acabada y autónoma, aunque como señala Jane Kallir “en su obra sobre
papel hace preguntas; en los óleos intenta ofrecer respuestas”.
Como
explorador de su propia interioridad es lógico que se interrogase por su propia
sexualidad, por sus impulsos, por lo que le excitaba. Partiendo de lo que
podría ser una de sus sesiones de trabajo quizá se pueda hacer una mejor idea
de su obra de cara a una interpretación.
Schiele,
según él mismo decía, dibujaba siempre del natural y después aplicaba el color
(si lo hacía y lo consideraba necesario) de memoria. En las sesiones de trabajo
con modelo, Schiele comenzaba a dibujar de manera compulsiva en base a lo que
le debía ir llamando la atención según solicitaba de la modelo determinadas
poses o que se fuese desnudando (ver Anexo, imágenes 8, 9 y 10). En aquello que refleja no hace distinciones.
Un zapato, un pliegue de la ropa, un pecho o una vulva tienen la misma entidad
en la representación. Todo lo que vemos dentro del dibujo tiene su razón de
ser, nada es accesorio ni hay detalles gratuitos; y todo está representado con
la mayor fidelidad posible, no de acuerdo a la realidad, sino desde su manera
de ver. Representa lo que siente a partir de lo que ve. Se representa a sí
mismo y a sus impulsos.
Pero su
motivación no es necesariamente erótica; puede depender de su estado de ánimo,
de su propia impulsividad, de la búsqueda sin fin del estímulo visual. Por eso
la importancia de la mímica, la ingente cantidad de posados diferentes y
extraños, alejados por completo de la convencionalidad de la representación
humana (no digamos ya de la idea del decoro y la decencia…). Su interés por el
cuerpo en general es obsesivo; también por el suyo propio, y no creo que
necesariamente como reflejo identitario, sino que se contempla a sí mismo desde
fuera, como modelo. Sus posados de autorretrato a menudo no difieren de los
posados de otros modelos, y no siempre está claro si se trata de un
autorretrato o de otro personaje.
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E. Schiele: Mujer embarazada (1910) |
Su
interés por el cuerpo abarca al humano en todo su ciclo vital, desde la
gestación hasta la madurez, pero resulta particularmente notable el que muestra
por la mujer, que es con diferencia el más recurrente y variado. Curiosamente,
fuera del retrato no representa la ancianidad, ni masculina ni femenina, con lo
que podemos especular si su interés era el cuerpo en sí o sólo como reflejo de
su propia interioridad, de su historia vital. Recordemos que Schiele murió con
apenas 28 años, y la vejez no pudo ser por tanto una de sus experiencias
vitales. Esta es una clave interpretativa del conjunto de su obra como un
reflejo de su propio devenir existencial, o dicho de otro modo, toda su obra es
él mismo. Y desde esta perspectiva, se puede observar cómo la percepción tanto
del cuerpo como de las emociones que quiere expresar a través de él,
evolucionan en paralelo a su propia vida personal.
El
cuerpo se entiende como forma y movimiento (ver Anexo, imagen 11) expresión de estados de ánimo a
través de la mímica. Pero el cuerpo también se entiende como misterio, como
contenedor de impulsos irrefrenables, en especial eróticos y en particular el
de la mujer (también el de la niña). Es posible que Schiele concibiese el
cuerpo de la mujer como un misterio, sobre todo en la medida en que se
manifiesta el impulso sexual en ella, y la relación de ese impulso con la
generación de la vida, que se centra en el sexo femenino. Desde una concepción
falocéntrica, en el sexo femenino convergen el objeto del deseo del varón, el centro
del placer de la mujer y la puerta de la vida. Y desde esta óptica es fácil
imaginar que él se sintiese fascinado por la vulva.
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E. Schiele: Mujer recostada (1918) |
La
representó centenares de veces y de las más diversas formas. Aunque nunca la
dibujó de manera aislada, a menudo se observa un protagonismo tan evidente de la vulva que
focaliza la atención del espectador por completo. Pero no la ve bajo la
perspectiva del voyeur (como sí hacía Klimt) sino con la curiosidad de quien
contempla algo que fascina por su misterio en tantos sentidos, y esto es
particularmente claro en los dibujos que representan la masturbación femenina. La principal diferencia con Klimt es que para éste no hay disociación entre la
mujer, su sexo y su placer; todo forma parte de una unidad, y por eso en parte
resultan más eróticos. Klimt se solaza en la contemplación de la mujer mientras
ella disfruta masturbándose.
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G. Klimt: Desnudo femenino mirando hacia la derecha (1914) |
En
Schiele, esa unidad se quiebra. Hay dibujos de mujeres masturbándose desde
1910, y prácticamente ninguno de ellos refleja una idea evidente de placer;
tienen un algo mecánico en lo que lo fundamental es el protagonismo de la vulva y
la mano, que sugiere un movimiento nervioso que parece eclipsar todo lo demás.
Llega incluso a hacer desaparecer la cabeza de la mujer, convirtiendo el resto
del cuerpo en simplemente carne, y la masturbación en un mero ejercicio de
estricto estímulo genital que anula el potencial erotizante de la imagen.
Resultan frías, casi analíticas. Es como si a través de la representación de la
masturbación Schiele tratase de comprender el misterio del placer femenino.
Está en las antípodas de las imágenes de Klimt, porque al menos en este caso la
intención es completamente diferente.
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E. Schiele: Torso femenino desnudo (1918) |
Y no es
que Schiele desconociese los rasgos definitorios de la imagen erótica al modo
en que lo hacía Klimt, y era sensible al potencial estimulante de lo que se
sugiere, de lo que se entrevé, del juego y el peso de la mirada y el gesto
insinuante. Hay multitud de imágenes en su obra en este sentido.
La
diferencia entre uno y otro estriba a mi entender en que Klimt se recrea EN lo
que ve mientras Schiele trata de expresarse (y entenderse) A TRAVÉS de lo que
ve. Klimt es dueño y señor de la imagen; la concibe, la compone, la recrea y se
sumerge en ella. Schiele, en cambio, da la impresión de trabajar de un modo parecido
a un fotógrafo disparando instantáneas a una modelo; observa el movimiento,
pendiente del detalle que llama su atención para plasmarlo con el lápiz a
velocidad vertiginosa. Sus imágenes dibujadas no parecen preconcebidas, sino
encontradas, elegidas por un impulso inconsciente que acaba por reflejar su
manera de ver y de sentir en ese instante, y a través de esos instantes
expresarse a sí mismo.
A pesar
de que tiene un buen número de desnudos masculinos en su obra, Schiele no
parece interesado o sensible a la sensualidad del cuerpo del hombre (sí en su
mímica gestual), con una excepción: él mismo. No es que fuese una constante en
su carrera, de hecho se aprecia más en sus primeros años, hasta 1910, pero
parece el único hombre al que representó con cierta sensualidad, a veces
ciertamente afectada (ver Anexo, imagen 3), pero definitivamente relegada en su periodo de madurez
artística.
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E. Schiele: La Hostia Roja (1911) |
Probablemente encontrase irrelevante la sensualidad masculina para
su concepción artística. Es posible que como heterosexual la belleza sensual del
cuerpo masculino no aportase gran cosa a la expresión de su ethos. Aún así, resulta
curiosa su tendencia a reducir la proporción del sexo masculino, llegando
incluso a obviarlo hasta en sus autorretratos. Pero otra vez hay excepciones:
Eros y La Hostia Roja, ambas mostrando grandes erecciones (absolutamente
desproporcionada en el segundo caso), y ambas autorretratos. El argumento de
que representan la impulsividad sexual del autor parece demasiado fácil y
generalista para dos imágenes que datan del mismo año, 1911, y que no volvieron
a repetirse en toda su carrera, pese a que sabemos que su impulso sexual no
desapareció en esa fecha. Resultan extrañas por ser únicas, pero en todo caso
representan un contraste único y extraño en el conjunto de sus imágenes
masculinas.
También
puede resultar extraña su concepción de las imágenes eróticas que incluyen
varias figuras. Las de sexo más o menos explícito no sólo son raras, sino que
el propio Schiele es -o parece ser- el protagonista (ver Anexo, imagen 5), y casi todas son
nuevamente de 1911 (cuando conoció a Wally Neuzil, su primera amante conocida. Ver Anexo, imagen 12). Por contraste son más abundantes las imágenes de abrazos, y no como mera
expresión de casto afecto. Los dibujos de lesbianas no son escasos, pero
limitados a un abrazo que sin duda simboliza la pasión del acto sexual lésbico,
pero sin lo explícitamente real, algo que también sucedía con las imágenes
lésbicas de Klimt, pero no con las de su contemporáneo Toulouse-Lautrec -véase en este blog la entrada "Toulouse-Lautrec y la imagen de la mujer"-.
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E. Schiele: Dos mujeres abrazaddas (1913) |
No sé
si uno y otro conocían imágenes de sexo lésbico, ya fuese como espectadores
directos o a través de otros medios, y no serían descartables ambos casos. Otra
posibilidad es que no concibiesen esa forma de sexualidad que excluye al hombre
como factor generador del placer femenino, y por tanto excluidos ellos mismos
como participantes de la fantasía identificativa que tiene la imagen del acto
sexual. En cuanto al coito, si Klimt tiene dibujos explícitos, en Schiele no es
tan evidente ni por supuesto abundante, resultando particularmente extraña su
ausencia en la obra sobre papel.
Por
supuesto, la presencia de imágenes de Schiele que se pueden considerar eróticas
entre su obra mayor (cuadros al óleo) es sustancialmente menos numerosa. Aquí
los desnudos no sólo son escasos, sino que además están inscritos en un
contexto de significado alegórico que hace irrelevante el cuerpo como objeto de
deseo. Con dos posibles excepciones: Mujer acostada y El Abrazo, ambas de 1917
y ambas con claras peculiaridades como imágenes eróticas, incluso para el
propio Schiele. Ni la mujer yacente, a pesar de la postura y de no dejar
prácticamente nada sin mostrar, parece estar más que simplemente acostada, ni
la pareja del abrazo practica acto sexual alguno (ya sea porque el abrazo
simbolice la cópula o porque se produzca antes o después de ella, resulta
irrelevante en este caso). Aunque se perciba una fuerte carga pasional, nada en
realidad lleva en uno y otro cuadro a una estimulación sexual.
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E. Schiele: El Abrazo (Los Amantes II) (1917) |
Tras
haber echado un vistazo general a las imágenes eróticas de Schiele, queda
intentar dar una interpretación general de la misma, y la
conclusión principal que saco es que se trata de imágenes que se pueden
calificar de sexuales, pero no eróticas ni menos aún pornográficas. El principal
motivo es que dudo que tuviese esa intención (la imagen erótica se hace para
otro, para el espectador), o en todo caso es subsidiaria de otros
intereses, tanto formales como
conceptuales.
Formalmente,
Schiele fue un investigador incansable durante toda su carrera, en especial de
las posibilidades expresivas de la línea; pero su búsqueda tampoco excluye el
color, la composición, las poses de los modelos, la relación de la figura con
la superficie física del soporte o los ángulos de visión extraños (a menudo dibujaba
subido a una escalera) que provocan una dislocación espacial y una tensión
perceptiva en el espectador. Todo ello impide la placidez de la contemplación
que se supone a la imagen erótica tradicional, y tiene tanto peso que hace
difícil creer que la intención de Schiele fuese provocar un estímulo sexual en
el otro.
Conceptualmente,
la principal preocupación de Schiele es la expresión de un estado emocional del
que él mismo es el centro. Independientemente de que intente o no reflejar la
interioridad del modelo, siempre pasa por el filtro de su propia percepción, de
cómo lo ve él. Se puede decir que Schiele no tiene interés alguno en el
espectador (llegó a decir que sus cuadros alegóricos al óleo sólo tenían valor
para él mismo, y podría decirse algo similar de su obra sobre papel), sino en
la expresión de sus propias emociones ante lo que ve. No le interesa en absoluto
una representación más o menos objetiva del modelo, y por tanto se encuentra
lejos de caer en ciertos convencionalismos generales y necesarios para poder
considerar el erotismo en sus imágenes.
Y sin embargo
la carga sexual de sus obras resulta de una fuerza desconocida hasta entonces
en el arte. Nunca antes se había visto abordar la sexualidad con semejante
grado de valentía y transgresión -que no provocación puesto que no tiene en
cuenta al espectador ni sus obras más comprometidas iban a tener difusión pública-, llegando en ocasiones explorar el terreno de lo prohibido
por los tabús de entonces y de ahora, en especial la sexualidad del niño, como
ser sexual y como objeto de deseo. Aunque no consta que Schiele fuese
pederasta, sí creo que al menos sabía que la distancia entre la percepción de
la sensualidad del cuerpo del niño está en realidad muy cerca de transformarse en
percepción sexual (véase la imagen de cabecera de esta entrada y Anexo, imágenes 1, 4 y 7), y que la única
barrera que las separa pertenece a la dimensión consciente del plano moral, no
a la pulsión del deseo puro. Schiele se asoma a los rincones más turbios de su
propia pulsión y los muestra sin el más leve atisbo de consideración moral; ése
es el terreno del espectador, el del artista es mostrar su verdad, por muy
controvertida que pueda resultar. En cierto modo, éste es un posicionamiento
ético por parte de Schiele, que no pudo ser doblegado ni por la traumática experiencia
del encarcelamiento, condenado por inmoralidad pública relacionada precisamente
con imágenes de niños desnudos. Se puede decir que Schiele tiene un compromiso
hasta las últimas consecuencias con su propia necesidad de expresarse, con su
propia concepción del arte.
Esa
misma necesidad de expresarse es la que le lleva a realizar las deformaciones
de los cuerpos, a forzar su gestualidad, a trascender los convencionalismos representativos
de la tradición pictórica y de su propio momento; a “pasar a través de Klimt”
en sus propias palabras. Y es que creo que Schiele debió ser muy consciente de
que el impulso expresivo que le animaba como artista era el que le alejaba de
la visión plácida que conviene a la imagen erótica. Su propia manera de dibujar
era incompatible con esa convención, tanto en la dicción de la línea que condiciona
todo desarrollo ulterior de la imagen, como en la propia manera de llegar a la
imagen concreta. Quiero decir que la imagen potencialmente erótica no sólo es
encontrada, como dije más arriba, sino que tampoco creo que sea un punto de
llegada. Se trata de una imagen más de tantas como podía llegar a producir en
una sesión de trabajo. No hay premeditación, sino un proceso de exploración
interior jalonado por momentos puntuales representados por la materialización
de las imágenes. Un proceso en realidad siempre inacabado y siempre reiniciado,
evolutivo como su propia existencia vital.
A partir de aquí, lo único que resta por decir es que saquen ustedes sus propias conclusiones interpretativas sobre la obra de Schiele, sobre cada una de ellas; no dejen de abandonarse a su seducción y no dejen que sus posibles prejuicios morales les puedan impedir el disfrute de esas obras maravillosas. No sean idiotas...
ANEXO
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1 - E. Schiele: Muchacha desnuda de pie (1910) |
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2 - E. Schiele: Mujer desnuda sentada (1911) |
|
3 - E. Schiele: Autorretrato (1909) |
|
4 - E. Schiele: Muchacha desnuda de pie (1911) |
|
5 - E. Schiele: Escena erótica (1911) |
|
6 - E. Schiele: Mujer desnuda sentada (1917) |
|
7 - E. Schiele: Niña sentada (1918) |
|
8 - E. Schiele: Mujer desnuda recostada (1917) |
|
9 - E. Schiele: Mujer desnuda arrodillada (1917) |
|
10 - E.Schiele: Mujer desnuda arrodillada (1917) |
|
11 - E. Schiele: El Danzante (1913) |
|
12 - E. Schiele: Mujer recostada (Valerie Neuzil) (1913) |