sábado, 20 de enero de 2018

La imagen erótica en Egon Schiele


E. Schiele: Niña y mujer agachadas (1918)




Resulta más que frecuente encontrar textos referidos a la obra de Egon Schiele en los que se resalta la faceta sexualmente descarnada, erótica o pornográfica de su obra; pero sin que se caiga en un error negando la dimensión sexual en su obra, habría que hacer una serie de puntualizaciones que me parece que llevan al cuestionamiento de ese carácter o cuando menos a reconocer que presenta unas claras peculiaridades.

Antes de nada habría que definir qué se entiende por imagen erótica. Para mí, es toda aquella imagen cuyo objetivo es la estimulación sensual encaminada al placer sexual. Qué en concreto produce esa estimulación es cosa de cada cual (amigo espectador: no se minusvalore, el erotismo está en su cabeza por lo menos tanto como en la obra que tenga delante).
Anónimo: Marte y Venus. Grabado (S. XVIII)

La imagen erótica artística ha presentado algunas constantes a lo largo de los siglos. Por lo general representa el cuerpo entero, como un objeto de deseo, casi siempre de una mujer (mucho menos, aunque también, un jovencito), ya sea sola mostrando su entera desnudez, o en un acto sexual en el que las diferentes formas de penetración son evidentes. Se trata de ver lo que se desea y verse reflejado en lo que se ve; y siempre desde la óptica de la sexualidad masculina.

Si se parte de que toda imagen que muestre un desnudo total o parcial es potencialmente erótica, el repertorio de imágenes de Schiele que se pueden considerar como tales es sustancialmente amplio y centrado en la mujer -aunque hay muchos desnudos masculinos, no creo que se puedan considerar imágenes eróticas propiamente dichas-. También hay imágenes de niños que pueden ser calificadas, por lo menos, como sensuales, aunque son ciertamente escasas.

Pero desnudo no es lo mismo que erotismo o sexualidad, y es el caso de la obra de Schiele.No creo en absoluto que se pueda decir que sus desnudos tengan una clara aspiración a ser representaciones bellas en el sentido tradicional; no pretenden estimular el impulso sexual a través de la contemplación de lo hermoso y deseable. Y sin embargo es cierto que la desnudez y la genitalidad, la representación de los órganos sexuales, nunca antes había sido tan explícita y cruda fuera de los círculos marginales de la imagen erótica, como la decoración de burdeles o los grabados pornográficos que se conocían desde hacía mucho tiempo.
E. Schiele: "Visto en un sueño" (1911)

Explícita porque no oculta nada, y cruda porque aparece en todo su detalle, sin excluir el vello púbico proscrito de toda representación artística oficial, entendida como pública, por su vinculación con la pasión sexual de la mujer -y sí, conozco a Courbet y su El origen del mundo; un encargo privado que no alcanzó la oficialidad hasta fechas muy recientes-. Ya Klimt, no mucho antes, había representado los genitales en su plena realidad, sin excluir su funcionalidad como órganos para el goce sexual, haciendo de paso que lo sexualmente explícito en el arte dejara de ser algo marginal para convertirse en verdadera obra de arte. No sé si Schiele llegó a tener acceso a las representaciones de coitos y mujeres masturbándose de Klimt, si se trató de una mera coincidencia, o si pudiera ser una especie de tópico entre artistas, algo así como un tema a representar. Pero lo cierto es que hay muy claras diferencias entre las imágenes de uno y otro.

Creo que para entender el erotismo de las imágenes de Schiele es importante tener en cuenta una serie de consideraciones, comenzando por la necesidad de analizar no sólo cada una por separado, sino también el conjunto de todas ellas, así como distinguir su obra sobre papel de su obra al óleo (que él consideraba como principal). Además es conveniente comprender su método de trabajo como una de las claves de la materialización de la imagen en sí. Por último, creo que no se puede pasar por alto ni la intencionalidad con que se hizo la obra, ni la difusión que iba a tener, ni la relación que todo ello guarda con el contexto de la moral imperante en aquel momento.

Schiele era un observador compulsivo, que reflejaba sobre el papel aquello que por algún motivo le producía una conmoción visual y/o espiritual. Su prodigiosa habilidad para el dibujo le permitía poder hacerlo, y con una precisión asombrosa siempre bajo su propia óptica. Es decir, que partiendo de lo que veía, un impulso interior le llevaba a representarlo del modo en que lo sentía. Era expresionista, vaya, un explorador de sí mismo que reflejaba su propia interioridad quizás para intentar comprenderla. En este sentido de exploración expresiva no hay distinción entre sus dibujos y sus óleos en cuanto al carácter de obra acabada y autónoma, aunque como señala Jane Kallir “en su obra sobre papel hace preguntas; en los óleos intenta ofrecer respuestas”.

Como explorador de su propia interioridad es lógico que se interrogase por su propia sexualidad, por sus impulsos, por lo que le excitaba. Partiendo de lo que podría ser una de sus sesiones de trabajo quizá se pueda hacer una mejor idea de su obra de cara a una interpretación.

Schiele, según él mismo decía, dibujaba siempre del natural y después aplicaba el color (si lo hacía y lo consideraba necesario) de memoria. En las sesiones de trabajo con modelo, Schiele comenzaba a dibujar de manera compulsiva en base a lo que le debía ir llamando la atención según solicitaba de la modelo determinadas poses o que se fuese desnudando (ver Anexo, imágenes 8, 9 y 10). En aquello que refleja no hace distinciones. Un zapato, un pliegue de la ropa, un pecho o una vulva tienen la misma entidad en la representación. Todo lo que vemos dentro del dibujo tiene su razón de ser, nada es accesorio ni hay detalles gratuitos; y todo está representado con la mayor fidelidad posible, no de acuerdo a la realidad, sino desde su manera de ver. Representa lo que siente a partir de lo que ve. Se representa a sí mismo y a sus impulsos.

Pero su motivación no es necesariamente erótica; puede depender de su estado de ánimo, de su propia impulsividad, de la búsqueda sin fin del estímulo visual. Por eso la importancia de la mímica, la ingente cantidad de posados diferentes y extraños, alejados por completo de la convencionalidad de la representación humana (no digamos ya de la idea del decoro y la decencia…). Su interés por el cuerpo en general es obsesivo; también por el suyo propio, y no creo que necesariamente como reflejo identitario, sino que se contempla a sí mismo desde fuera, como modelo. Sus posados de autorretrato a menudo no difieren de los posados de otros modelos, y no siempre está claro si se trata de un autorretrato o de otro personaje.
E. Schiele: Mujer embarazada (1910)

Su interés por el cuerpo abarca al humano en todo su ciclo vital, desde la gestación hasta la madurez, pero resulta particularmente notable el que muestra por la mujer, que es con diferencia el más recurrente y variado. Curiosamente, fuera del retrato no representa la ancianidad, ni masculina ni femenina, con lo que podemos especular si su interés era el cuerpo en sí o sólo como reflejo de su propia interioridad, de su historia vital. Recordemos que Schiele murió con apenas 28 años, y la vejez no pudo ser por tanto una de sus experiencias vitales. Esta es una clave interpretativa del conjunto de su obra como un reflejo de su propio devenir existencial, o dicho de otro modo, toda su obra es él mismo. Y desde esta perspectiva, se puede observar cómo la percepción tanto del cuerpo como de las emociones que quiere expresar a través de él, evolucionan en paralelo a su propia vida personal.
El cuerpo se entiende como forma y movimiento (ver Anexo, imagen 11) expresión de estados de ánimo a través de la mímica. Pero el cuerpo también se entiende como misterio, como contenedor de impulsos irrefrenables, en especial eróticos y en particular el de la mujer (también el de la niña). Es posible que Schiele concibiese el cuerpo de la mujer como un misterio, sobre todo en la medida en que se manifiesta el impulso sexual en ella, y la relación de ese impulso con la generación de la vida, que se centra en el sexo femenino. Desde una concepción falocéntrica, en el sexo femenino convergen el objeto del deseo del varón, el centro del placer de la mujer y la puerta de la vida. Y desde esta óptica es fácil imaginar que él se sintiese fascinado por la vulva.
E. Schiele: Mujer recostada (1918)


La representó centenares de veces y de las más diversas formas. Aunque nunca la dibujó de manera aislada, a menudo se observa un protagonismo tan evidente de la vulva que focaliza la atención del espectador por completo. Pero no la ve bajo la perspectiva del voyeur (como sí hacía Klimt) sino con la curiosidad de quien contempla algo que fascina por su misterio en tantos sentidos, y esto es particularmente claro en los dibujos que representan la masturbación femenina. La principal diferencia con Klimt es que para éste no hay disociación entre la mujer, su sexo y su placer; todo forma parte de una unidad, y por eso en parte resultan más eróticos. Klimt se solaza en la contemplación de la mujer mientras ella disfruta masturbándose.
G. Klimt: Desnudo femenino mirando hacia la derecha (1914)

En Schiele, esa unidad se quiebra. Hay dibujos de mujeres masturbándose desde 1910, y prácticamente ninguno de ellos refleja una idea evidente de placer; tienen un algo mecánico en lo que lo fundamental es el protagonismo de la vulva y la mano, que sugiere un movimiento nervioso que parece eclipsar todo lo demás. Llega incluso a hacer desaparecer la cabeza de la mujer, convirtiendo el resto del cuerpo en simplemente carne, y la masturbación en un mero ejercicio de estricto estímulo genital que anula el potencial erotizante de la imagen. Resultan frías, casi analíticas. Es como si a través de la representación de la masturbación Schiele tratase de comprender el misterio del placer femenino. Está en las antípodas de las imágenes de Klimt, porque al menos en este caso la intención es completamente diferente.


E. Schiele: Torso femenino desnudo (1918)
Y no es que Schiele desconociese los rasgos definitorios de la imagen erótica al modo en que lo hacía Klimt, y era sensible al potencial estimulante de lo que se sugiere, de lo que se entrevé, del juego y el peso de la mirada y el gesto insinuante. Hay multitud de imágenes en su obra en este sentido.

La diferencia entre uno y otro estriba a mi entender en que Klimt se recrea EN lo que ve mientras Schiele trata de expresarse (y entenderse) A TRAVÉS de lo que ve. Klimt es dueño y señor de la imagen; la concibe, la compone, la recrea y se sumerge en ella. Schiele, en cambio, da la impresión de trabajar de un modo parecido a un fotógrafo disparando instantáneas a una modelo; observa el movimiento, pendiente del detalle que llama su atención para plasmarlo con el lápiz a velocidad vertiginosa. Sus imágenes dibujadas no parecen preconcebidas, sino encontradas, elegidas por un impulso inconsciente que acaba por reflejar su manera de ver y de sentir en ese instante, y a través de esos instantes expresarse a sí mismo.

A pesar de que tiene un buen número de desnudos masculinos en su obra, Schiele no parece interesado o sensible a la sensualidad del cuerpo del hombre (sí en su mímica gestual), con una excepción: él mismo. No es que fuese una constante en su carrera, de hecho se aprecia más en sus primeros años, hasta 1910, pero parece el único hombre al que representó con cierta sensualidad, a veces ciertamente afectada (ver Anexo, imagen 3), pero definitivamente relegada en su periodo de madurez artística.

E. Schiele: La Hostia Roja (1911)
Probablemente encontrase irrelevante la sensualidad masculina para su concepción artística. Es posible que como heterosexual la belleza sensual del cuerpo masculino no aportase gran cosa a la expresión de su ethos. Aún así, resulta curiosa su tendencia a reducir la proporción del sexo masculino, llegando incluso a obviarlo hasta en sus autorretratos. Pero otra vez hay excepciones: Eros y La Hostia Roja, ambas mostrando grandes erecciones (absolutamente desproporcionada en el segundo caso), y ambas autorretratos. El argumento de que representan la impulsividad sexual del autor parece demasiado fácil y generalista para dos imágenes que datan del mismo año, 1911, y que no volvieron a repetirse en toda su carrera, pese a que sabemos que su impulso sexual no desapareció en esa fecha. Resultan extrañas por ser únicas, pero en todo caso representan un contraste único y extraño en el conjunto de sus imágenes masculinas.

También puede resultar extraña su concepción de las imágenes eróticas que incluyen varias figuras. Las de sexo más o menos explícito no sólo son raras, sino que el propio Schiele es -o parece ser- el protagonista (ver Anexo, imagen 5), y casi todas son nuevamente de 1911 (cuando conoció a Wally Neuzil, su primera amante conocida. Ver Anexo, imagen 12). Por contraste son más abundantes las imágenes de abrazos, y no como mera expresión de casto afecto. Los dibujos de lesbianas no son escasos, pero limitados a un abrazo que sin duda simboliza la pasión del acto sexual lésbico, pero sin lo explícitamente real, algo que también sucedía con las imágenes lésbicas de Klimt, pero no con las de su contemporáneo Toulouse-Lautrec -véase en este blog la entrada "Toulouse-Lautrec y la imagen de la mujer"-.

E. Schiele: Dos mujeres abrazaddas (1913)
No sé si uno y otro conocían imágenes de sexo lésbico, ya fuese como espectadores directos o a través de otros medios, y no serían descartables ambos casos. Otra posibilidad es que no concibiesen esa forma de sexualidad que excluye al hombre como factor generador del placer femenino, y por tanto excluidos ellos mismos como participantes de la fantasía identificativa que tiene la imagen del acto sexual.
En cuanto al coito, si Klimt tiene dibujos explícitos, en Schiele no es tan evidente ni por supuesto abundante, resultando particularmente extraña su ausencia en la obra sobre papel. 
 Por supuesto, la presencia de imágenes de Schiele que se pueden considerar eróticas entre su obra mayor (cuadros al óleo) es sustancialmente menos numerosa. Aquí los desnudos no sólo son escasos, sino que además están inscritos en un contexto de significado alegórico que hace irrelevante el cuerpo como objeto de deseo. Con dos posibles excepciones: Mujer acostada y El Abrazo, ambas de 1917 y ambas con claras peculiaridades como imágenes eróticas, incluso para el propio Schiele. Ni la mujer yacente, a pesar de la postura y de no dejar prácticamente nada sin mostrar, parece estar más que simplemente acostada, ni la pareja del abrazo practica acto sexual alguno (ya sea porque el abrazo simbolice la cópula o porque se produzca antes o después de ella, resulta irrelevante en este caso). Aunque se perciba una fuerte carga pasional, nada en realidad lleva en uno y otro cuadro a una estimulación sexual.



E. Schiele: El Abrazo (Los Amantes II) (1917)
Tras haber echado un vistazo general a las imágenes eróticas de Schiele, queda intentar dar una interpretación general de la misma, y la conclusión principal que saco es que se trata de imágenes que se pueden calificar de sexuales, pero no eróticas ni menos aún pornográficas. El principal motivo es que dudo que tuviese esa intención (la imagen erótica se hace para otro, para el espectador), o en todo caso es subsidiaria de otros intereses, tanto formales como conceptuales.

Formalmente, Schiele fue un investigador incansable durante toda su carrera, en especial de las posibilidades expresivas de la línea; pero su búsqueda tampoco excluye el color, la composición, las poses de los modelos, la relación de la figura con la superficie física del soporte o los ángulos de visión extraños (a menudo dibujaba subido a una escalera) que provocan una dislocación espacial y una tensión perceptiva en el espectador. Todo ello impide la placidez de la contemplación que se supone a la imagen erótica tradicional, y tiene tanto peso que hace difícil creer que la intención de Schiele fuese provocar un estímulo sexual en el otro.

Conceptualmente, la principal preocupación de Schiele es la expresión de un estado emocional del que él mismo es el centro. Independientemente de que intente o no reflejar la interioridad del modelo, siempre pasa por el filtro de su propia percepción, de cómo lo ve él. Se puede decir que Schiele no tiene interés alguno en el espectador (llegó a decir que sus cuadros alegóricos al óleo sólo tenían valor para él mismo, y podría decirse algo similar de su obra sobre papel), sino en la expresión de sus propias emociones ante lo que ve. No le interesa en absoluto una representación más o menos objetiva del modelo, y por tanto se encuentra lejos de caer en ciertos convencionalismos generales y necesarios para poder considerar el erotismo en sus imágenes.

Y sin embargo la carga sexual de sus obras resulta de una fuerza desconocida hasta entonces en el arte. Nunca antes se había visto abordar la sexualidad con semejante grado de valentía y transgresión -que no provocación puesto que no tiene en cuenta al espectador ni sus obras más comprometidas iban a tener difusión pública-, llegando en ocasiones explorar el terreno de lo prohibido por los tabús de entonces y de ahora, en especial la sexualidad del niño, como ser sexual y como objeto de deseo. Aunque no consta que Schiele fuese pederasta, sí creo que al menos sabía que la distancia entre la percepción de la sensualidad del cuerpo del niño está en realidad muy cerca de transformarse en percepción sexual (véase la imagen de cabecera de esta entrada y Anexo, imágenes 1, 4 y 7), y que la única barrera que las separa pertenece a la dimensión consciente del plano moral, no a la pulsión del deseo puro. Schiele se asoma a los rincones más turbios de su propia pulsión y los muestra sin el más leve atisbo de consideración moral; ése es el terreno del espectador, el del artista es mostrar su verdad, por muy controvertida que pueda resultar. En cierto modo, éste es un posicionamiento ético por parte de Schiele, que no pudo ser doblegado ni por la traumática experiencia del encarcelamiento, condenado por inmoralidad pública relacionada precisamente con imágenes de niños desnudos. Se puede decir que Schiele tiene un compromiso hasta las últimas consecuencias con su propia necesidad de expresarse, con su propia concepción del arte.

Esa misma necesidad de expresarse es la que le lleva a realizar las deformaciones de los cuerpos, a forzar su gestualidad, a trascender los convencionalismos representativos de la tradición pictórica y de su propio momento; a “pasar a través de Klimt” en sus propias palabras. Y es que creo que Schiele debió ser muy consciente de que el impulso expresivo que le animaba como artista era el que le alejaba de la visión plácida que conviene a la imagen erótica. Su propia manera de dibujar era incompatible con esa convención, tanto en la dicción de la línea que condiciona todo desarrollo ulterior de la imagen, como en la propia manera de llegar a la imagen concreta. Quiero decir que la imagen potencialmente erótica no sólo es encontrada, como dije más arriba, sino que tampoco creo que sea un punto de llegada. Se trata de una imagen más de tantas como podía llegar a producir en una sesión de trabajo. No hay premeditación, sino un proceso de exploración interior jalonado por momentos puntuales representados por la materialización de las imágenes. Un proceso en realidad siempre inacabado y siempre reiniciado, evolutivo como su propia existencia vital.

A partir de aquí, lo único que resta por decir es que saquen ustedes sus propias conclusiones interpretativas sobre la obra de Schiele, sobre cada una de ellas; no dejen de abandonarse a su seducción y no dejen que sus posibles prejuicios morales les puedan impedir el disfrute de esas obras maravillosas. No sean idiotas...


ANEXO

1 - E. Schiele: Muchacha desnuda de pie (1910)

2 - E. Schiele: Mujer desnuda sentada (1911)


3 - E. Schiele: Autorretrato (1909)

4 - E. Schiele: Muchacha desnuda de pie (1911)

5 - E. Schiele: Escena erótica (1911)
 
 
6 - E. Schiele: Mujer desnuda sentada (1917)

7 - E. Schiele: Niña sentada (1918)
 
8 - E. Schiele: Mujer desnuda recostada (1917)

9 - E. Schiele: Mujer desnuda arrodillada (1917)

10 - E.Schiele: Mujer desnuda arrodillada (1917)

11 - E. Schiele: El Danzante (1913)
12 - E. Schiele: Mujer recostada (Valerie Neuzil) (1913)