"Una persona en un apartamento alquilado debe poder asomarse a su ventana y raspar el muro exterior hasta donde alcance su brazo. Y se le debe permitir coger una brocha larga y pintar el exterior hasta donde alcance su brazo, para hacer visible desde lejos a todos los los transeúntes que allí vive alguien diferente del hombre preso, esclavizado y estandarizado que vive en la puerta de al lado".
Friedenreich Hundertwasser: Manifiesto por el derecho de la ventana, 1990
Independientemente de los gustos de cada cual, en general y en arquitectura en particular, la Hundertwasserhaus de Viena es uno de esos edificios que no puede dejar indiferente a nadie. Y desde luego no lo fue desde que fue concebida y planificada entre 1983 y 1985 por Friedensreich Hundertwasser (con la colaboración de los arquitectos Josef Krawina y Peter Pelikan) como edificio de viviendas sociales.
La Hundertwasserhaus en invierno |
Considerando el aspecto externo de la Hundertwasserhaus y la relación con su entorno inmediato resulta evidente que su autor pretendió crear no sólo algo diferente, sino radicalmente opuesto a la convencionalidad constructiva urbana. Un planteamiento que resulta evidente como declaración de intenciones en cierto detalle de la fachada apreciable en la imagen de cabecera de esta entrada y en la imagen 1 del anexo. Me refiero al detalle de esa ventana con frontón triangular superior, convencional en su diseño y paramento, dentro de un área irregular, que parece invadida y "contaminada" por la irrefrenable expansión vitalista del color y las formas orgánicas; literalmente como se extiende el moho -puntualizo que utilizo el símil del moho en referencia al conocido como Manifiesto del Moho del propio Hundertwasser- sobre un alimento en mal estado, la vida abriéndose paso en la superficie de lo caduco y conformando una nueva realidad. Toda una afirmación ética y estética (o una ética vehiculada en buena medida a través de la estética) de lo que pretendía Hundertwasser con su edificio.
Vista del interior del Hundertwasser Village |
Y es que su autor pretendió materializar en forma de edificio todo aquello que venía postulando desde finales de los años 50's en una serie de escritos abiertamente contrarios a los principios de la arquitectura racionalista que imperaba entonces.
Detalle de la fachada de la Löwengasse |
Un verdadero canto de reivindicación de la fantasía en la concepción arquitectónica mediante el empleo del color vivo, la aversión a la línea recta, la abundancia de vegetación, las formas irregulares y orgánicas donde no faltan las referencias a soluciones decorativas de otros autores (en particular Gaudí y el trencadís) -no voy a entretenerme en descripciones porque considero que las imágenes hablan por sí solas, no digo ya si tienen la oportunidad de ver en directo el edificio- nos hablan con total franqueza de la manera de entender la vida y el arte de este autor, con todas sus virtudes y sus carencias, que también las tiene.
Y es que a mi modo de entender la estética no es sólo el punto fuerte de la Hundertwasserhaus sino también su principal debilidad. Por decirlo de una manera breve, la libertad estética de la que goza un artista plástico no la puede tener un arquitecto y por tanto no puede ser el único vehículo para la concepción de un edificio; algo de lo que al final creo que se derivan una serie de contradicciones que entran en el terreno de la ética.
Entrando en materia, hay que empezar por dejar claro que la arquitectura no es un arte completamente libre ni gratuito. Aunque tiene unos márgenes bastante amplios, siempre está sujeta a los imperativos de la física y de la economía, entendida en el sentido amplio de ofrecer soluciones a unas necesidades preexistentes, y a un coste permisible. La necesidad se impone como condicionante insoslayable del estilo y la forma, y en el caso de Hundertwasser creo que el problema se lo planteó al revés, como una manera de justificar el estilo a costa de todo lo demás. Y en este "todo lo demás" entra necesariamente la concepción de la ciudad y las necesidades de su planificación.
Como consecuencia de la evolución de la industrialización, se fue haciendo evidente a lo largo del siglo XIX que las ciudades tenían que afrontar las necesidades que imponía el desarrollo capitalista y el subsecuente crecimiento poblacional y del tejido urbano. Por todo ello, el arquitecto ya no podía limitarse al diseño y la planificación de un edificio aislado, sino que debía afrontar además el problema de la imbricación del edificio a una escala urbana; se convertía además en urbanista, en un verdadero planificador que debía tomar en consideración muchos más aspectos que los meramente constructivos y de estilo. Orografía, clima, salubridad, infraestructuras de abastecimiento y comunicativas, servicios, vivienda, áreas de esparcimiento, condicionamientos del tejido urbano preexistente y por supuesto la viabilidad económica que todo ello implicaba, pasaron a ser los grandes problemas de la planificación. El siglo XX agudizaría más esta concepción al aportar el hecho de que las ciudades y la población civil pasaron a ser objetivos militares que llevarían los niveles de muerte y destrucción a unas cotas pavorosas, conviertiendo las necesidades de la reconstrucción en una prioridad absoluta que no podía detenerse en sutilezas de estilo, en referencias historicistas, ni en irónicos guiños cómplices para una clase culta y pudiente.
Le Corbusier: plan de la casa Dom-ino |
Además, conviene tener en cuenta el problema de la escala de la planificación. Que yo sepa, Hundertwasser no tiene una concepción de la ciudad propiamente dicha. Critica los efectos (en particular medioambientales) que el desarrollo urbano produce, pero sus "soluciones"adolecen de una verdadera concepción holística de los problemas urbanos. No se puede abordar un problema global con una solución particular, del mismo modo que la suma del bienestar individual de cada uno nunca dará como resultado el bienestar de un colectivo, menos aún cuanto más grande sea ese colectivo -si usted, querido lector, se tiene por un liberal, siento decirle que le han engañado. O es usted el que engaña...-.
Evidentemente, los responsables públicos de la planificación urbana no se chupan el dedo ni se alimentan de fantasías de colores bienintencionadas, y por descontado que cuando conceden a Hundertwasser la posibilidad de planificar un proyecto de edificación, éste responde a una escala que no sólo no compromete su papel como administrador de lo público, sino que en realidad lo realza al obtener finalmente lo que verdaderamente persigue: un hito urbano. Cuando uno hurga en Internet buscando información sobre las Hundertwasserhäuser, lo que se encuentra son construcciones concretas que ocupan una parcela de terreno edificable y que presentan todas las características, con más o menos desarrollo (la de Viena fue la primera) de las ideas de su autor. Ideas que a una escala mayor quizás podrían representar una solución global, al menos para alguno de los problemas de la ciudad, pero que al constituir sólo una especie de isla donde se materializa una utopía, no dejan de ser hitos urbanos, y como tales sólo cumplen su única función práctica: la de ser un foco de atracción turística que en el mejor de los casos puede ayudar a la regeneración de ciertas áreas degradadas, y en último extremo a favorecer la especulación inmobiliaria dentro del área en cuestión e incrementar los beneficios del insaciable sector hostelero. Si esto ha ayudado alguna vez y en algún caso a mejorar globalmente los problemas de las ciudades contemporáneas, díganmelo para convertirme a la religión liberal.
Por contra, el planteamiento urbano del racionalismo es radicalmente opuesto. En el plano social lo que esto viene a significar es que el racionalismo antepone la visión de lo colectivo sobre el individuo, y es precisamente esta supeditación del individuo lo que en el fondo Hundertwasser, como el libertario que es, no puede aceptar. El suyo es un planteamiento inverso en el que la bondad del conjunto lo es en la medida que representa la suma de las aportaciones individuales. Y aquí es donde aparece una de las grandes contradicciones de Hundertwasser como gran apóstol de la libertad creativa individual, que semejante enunciado sólo queda bien sobre el papel donde escribe sus manifiestos, puesto que de facto la materialización de sus ideas es una imposición de él a la comunidad que ha de habitar sus construcciones; una trasposición estética de aquél "forzar al hombre a ser libre" de Rousseau, que vendría a ser la consecuencia lógica de la imposición del estilo sobre cualquier otra consideración. De este modo, Hundertwasser llega por otra vía al mismo punto que criticaba del racionalismo, a la tiranía del estilo -dentro del racionalismo también hubo corrientes y autores que "hicieron de la necesidad virtud" transformándolas en exclusivos ejercicios de estilo-. La conclusión final es que tanta crítica vertida contra el racionalismo por parte de Hundertwasser no viene a ser más que la teorización deficiente y la justificación de un sencillo "no me gusta la línea recta".
Y esto es lo que pone a Hundertwasser en una posición delicada, la derivada del hecho de que el encargo de la Hundertwasserhaus tenía una finalidad social, por lo que lo pertinente será analizar si la solución propuesta responde a las necesidades para las que fue concebida. Porque no se trata exclusivamente de si tales viviendas (unas cincuenta en total) constituyen un techo para sus ocupantes realizado a un coste razonable para la administración pública. Lo son, y en honor de su autor hay que decir que no cobró por el proyecto -en metálico, aunque le supuso renombre y prestigio, que no deja de ser una remuneración cuando menos potencial-. Pero parece que el mantenimiento de la construcción ha generado una serie de gastos sobrevenidos derivados de la propia concepción del edificio. Una cosa es imaginar un árbol en una sala de estar y otra esperar que el mismo árbol no vaya a comprometer de algún modo la construcción. Tampoco es lo mismo ofrecer la posibilidad de pintar la superficie de fachada correspondiente a cada vivienda que esperar la responsabilidad del ocupante de mantener el vivo colorido de forma que no desmerezca el conjunto. O prever que determinado conjunto de ventanas requerirá de un andamiaje para su limpieza...
Son detalles en contra de la justificación del carácter social del edificio por el coste de mantenimiento, un detalle que Hundertwasser no sólo no contempló, sino que cuando vagamente aborda en la teoría la viabilidad de la construcción, la solventa con la idea de la reconstrucción, incluso integral del edificio; una idea tan alegre y optimista como alejada de la realidad, que aunque pueda estimular la fantasía del entusiasta, en el mejor de los casos sólo provocaría por parte de quien realmente conoce la responsabilidad de la construcción la sonrisa condescendiente de quien escucha el delirio quijotesco de un iluminado.
Y sin embargo, para el municipio de Viena, estoy convencido de que el resultado económico de la existencia de la Hundertwasserhaus es mucho más que rentable en la medida en que constituye un polo de atracción turística más en una ciudad ya sobradamente rica en patrimonio cultural. El problema es que el beneficio del sector hostelero dista mucho de traducirse en beneficio social, y la Hundertwasserhaus se supone concebida para cubrir una necesidad social. A ustedes no sé, pero a mí me suena a pretexto por parte de las autoridades. Y aún gracias que en Viena me consta que los edificios singulares, hoy hitos urbanos, como la Majolikahaus de Otto Wagner o la propia Hundertwasserhaus, siguen respondiendo a la necesidad habitacional social para la que fueron concebidas. Se ve que aún, y felizmente, la codicia de los que quieren especular con lo que ya es patrimonio de todos continúa bloqueada en algunas ciudades.
Hacer una valoración global de lo que es la Hundertwasserhaus resulta un tanto complejo porque en este caso concreto obra y autor resultan particularmente indisolubles, y evaluar la una implica necesariamente evaluar al otro; a ello se añade la dificultad implícita a toda obra arquitectónica de sopesar conjuntamente la dimensión estética y la funcional, así como lo que a menudo entraña: la ideología y el estilo.
En realidad todo viene derivado del hecho de que Hundertwasser no era un arquitecto, sino un artista plástico con vagas ideas sobre arquitectura que nacen de y se justifican en su propia concepción plástica. En sus escritos es recurrente la reivindicación de que la arquitectura (que para él es casi exclusivamente la vivienda) debería ser una competencia, o cuando menos una potencialidad, de cada uno, sin importar el detalle "irrelevante" de si se está capacitado y se tienen los conocimientos necesarios para realizar cualquier tipo de construcción. Llega al punto de reivindicar el valor constructivo de la chabola por su carácter anárquico y libre en cuanto a concepción y ejecución, algo que en mi opinión quizás convendría contrastar con la opinión de quien habita en la chabola, aunque sólo fuese por dirimir si se debe a su celo constructor o a otras causas. Esas mismas causas a las que la arquitectura debe contribuir a dar solución antes de dedicarse a los ejercicios de estilo.
Hundertwasser no parece dedicar tanta atención a estos problemas como a criticar los nocivos efectos de la línea recta del racionalismo sobre la psique humana. Estas críticas sumamente vagas coinciden en el tiempo -aparecen por primera vez a finales de los años 50- con el desarrollo de las teorías sobre la arquitectura posmoderna, cuando el grueso de la reconstrucción ya se había realizado. Sería conveniente preguntar dónde estaban los apóstoles del estilo cuando de lo que se trataba era de dar solución a las necesidades habitacionales de las capas más bajas de la sociedad. No estaban, simplemente, como tampoco están cuando se trata de hacer obra pública, útil y económica. Porque en general la arquitectura posmoderna y sus apólogos del significado se dedican al encargo privado, ya sea de particulares o corporaciones; y cuando abordan algún proyecto público por lo general es en forma de hito urbano, algo cuya utilidad social es bastante discutible.
De ahí que presentar la Hundertwasserhaus como vivienda social parezca un tanto controvertido, porque su dimensión utilitaria está completamente supeditada (por no decir sacrificada) a una estética disfrazada de utopía urbana, y cuesta creer que su autor no fuese consciente de ello. ¿Era entonces un oportunista y un aprovechado? No lo creo. En realidad de esta contradicción entre el estilo y lo social sería más responsable la administración pública, que sí debía saber muy bien lo que estaba haciendo cuando ofreció a Hundertwasser la posibilidad de materializar su concepción de la arquitectura y él se prestó al juego. Es normal que se sintiese tentado por la oportunidad de poder hacer finalmente aquello que venía anhelando. ¿Y qué hizo? Trasladar a un edificio sus principios plásticos, y el resultado es exactamente eso, un edificio que sólo tiene interés como obra plástica, como fachada y poco más. No me parece que se pudiera esperar otra cosa, la verdad.
Entonces, ¿se puede justificar globalmente la obra? Pues depende del punto de vista. Prescindiendo de una cuestión tan subjetiva como el gusto de cada espectador, lo que cada uno tiene que pensar es si un edificio se define sólo por el estilo o tiene que haber algo más. Puesto que su función social es discutible -tanto a escala de edificio concreto como de propuesta urbanística- ideológicamente la obra no se sustenta de ningún modo, no cumple el cometido para el que fue concebido por su autor. Y como éste jamás renegó de su creación, no tengo claro si se le puede tildar de sinvergüenza o si simplemente era un ingenuo bienintencionado incapaz de ver las propias limitaciones de sus ideas arquitectónicas. Al final de lo que en realidad se trata es de que aprendamos a valorar un edificio en su integridad, de manera global, y ser capaces de darnos cuenta de la ideología que subyace en todo ello. De esa ideología oculta detrás del discurso exclusivo del estilo es de lo que acaba dependiendo la apropiación o no del espacio urbano para los habitantes de la ciudad o para intereses de particulares. No se dejen engañar, ellos no lo hacen, y van ganando.
ANEXO
Imagen 1: Fachada de la Kegelgasse |
Imagen 2: detalle de la fachada de la Kegelgasse |
Imagen 3: Esquina de la Hundertwasserhaus |
Imagen 4: Vista de la Hundertwasserhaus en el contexto urbano |
Imagen 5: Fachada de la Löwengasse |
Imagen 6: Entrada de la Kegelgasse |
Imagen 7: Detalle de la entrada de la Kegelgasse |