El
discurso de la historiografía del Arte frecuentemente presenta un paralelismo
entre el Arte Fascista (principalmente alemán) y el Arte Soviético
(principalmente del periodo estalinista), que llegan a agruparse bajo la etiqueta
de “Arte Totalitario”, contrapuesto a una variedad de corrientes presentes en
las democracias occidentales. La Arquitectura no escapa a esta concepción, ya
sea de forma explícita (enfrentando tradicionalismo en las dictaduras y
vanguardismo en las democracias) o implícita, llegando a no ser recogidas en
algunas obras de referencia sobre Arquitectura
aquellas edificaciones producidas en los regímenes totalitarios de un
signo u otro.
Siguiendo
esta línea de discurso, hay que señalar que cuando se habla de arquitectura
totalitaria, se hace alusión principalmente a la dimensión externa de la
construcción, a su carácter escenográfico como obra pública, reflejo de la
concepción del poder que les dio forma. Esto no sólo constituye una reducción
conceptual de lo que es un edificio, sino que en sí constituye una trampa de la que no escapan
los regímenes democráticos a la hora de mostrar su imagen pública a través de
las construcciones de edificios oficiales.
Al
tratarse de un periodo bastante complejo en lo arquitectónico, no voy a entrar
demasiado en las características formales y distintas corrientes de lo que se
ha dado en llamar “Arquitectura Racionalista” y trataré de centrarme en esa
dimensión escenográfica que tiene todo edificio.
Aunque
se suele señalar la presencia de un lenguaje historicista-clasicista en la
arquitectura desarrollada en las dictaduras fascistas y socialistas, conviene
señalar que, aun siendo cierto, se realiza de una forma estilizada, depurada
principalmente de elementos ornamentales; en ningún caso se trata de un revivalismo
como los del periodo Neoclásico o buena parte de la arquitectura del siglo XIX.
Esta estilización de los elementos clásicos tampoco es un invento o aportación
novedosa de la “Arquitectura Totalitaria”; el propio discurso historiográfico
apunta que tal estilización ya se puede ver en obras anteriores, como la
Fábrica de Turbinas AEG, de Behrens (foto 1), en la que se ha querido ver la
trasposición del esquema del templo
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Foto 1: P. Behrens, Fábrica de Turbinas AEG (1908-1909) |
clásico en la fábrica, haciendo de ésta, en
cierto modo, el tipo de edificación emblemática (o una de ellas) en la era
industrial. Esta corriente de clasicismo estilizado tendría continuidad sobre
todo como estilo predominante en muchos de los edificios oficiales y públicos
levantados durante buena parte del siglo XX en el mundo occidental, de manera
que difícilmente se la puede tipificar como característica o exclusiva de la
forma de representación de los regímenes dictatoriales. Las arquitecturas
arquitrabadas, los elementos depurados hasta su mínima expresión y el juego de
contrastes entre los planos horizontales y verticales se generaliza entre las
construcciones oficiales ofreciendo una imagen de sobria y austera
monumentalidad (fotos 2, 3, 4)
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Foto 2: A. Speer, pista para zepelines en Nuremberg (1934) |
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Foto 3:
G. Minucci, Palazzo degli Uffici (1939)
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Foto 4: P. P. Cret, The American Aisne-Marne
Monument (1928)
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Pero no
sería apropiado afirmar que estas características son comunes y homogéneas en
aquellos países donde están presentes, ni representan toda la arquitectura
impulsada por el poder de este periodo. Quizá sea en Alemania donde mejor se
observa esa tendencia estilística de manera más generalizada, y pese al
discurso que quiere equiparar ambas, en La URSS es donde se puede encontrar
menos (foto 5). En todo caso, tanto en Alemania como en Italia y la URSS no
faltan ejemplos más o menos afortunados de edificios que responden en su
concepción a los requisitos funcionales y estilísticos de alguna de las
corrientes del Racionalismo Arquitectónico (fotos 6, 7, 8, 9), tal como sucedía
en el resto de naciones occidentales.
Entonces,
¿cómo se justifica la equiparación de la arquitectura desarrollada en los
regímenes fascistas con aquélla de la URSS? En mi opinión el único nexo común
entre ambas es la existencia de una tendencia hacia la monumentalidad (foto 5)
y sobredimensión de la construcción, en especial en proyectos no realizados
(fotos 10, 11), donde no se termina de apreciar la discutible vinculación
estilística entre ambas concepciones. En otras obras que han llegado a nuestros
días (fotos 12, 13) tampoco se percibe un paralelismo, salvo que se quiera
alegar cierto historicismo en los edificios, aunque, mientras en el caso alemán
se puede apreciar en la concepción global de la obra, en el caso soviético
queda reducido a detalles ornamentales que dan lugar, según algunos, a poder
hablar de “clasicismo” o “gótico estalinista”.
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Foto 5: Pabellones de Alemania (A. Speer, izda.) y de la URSS (B. Iofan, dcha.) para la Exposición Universal de París (1937) |
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Foto 6: C. Klotz, Complejo vacacional de Prora (1939) |
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Foto 7: G. Terragni, Casa del Fascio en Como (1932-36) |
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Foto 8: B. Sokolov, Casa Dinamo de Cultura Física (1931) |
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Foto 9 : G. Golubev, Casa de la Prensa (1934) |
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Foto 10: A. Hitler y A. Speer, modelo para la Volkshalle de Berlín |
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Foto 11: B. Iofan, Palacio de los Soviets (1934) |
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Foto 12: P. L Troost, Casa del Arte Aleman (1934-37) |
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Foto 13: L. V. Rúdnev, Universidad Estatal de Moscú (1953). Una de las Siete Hermanas |
También
se puede alegar el carácter eminentemente ideológico y propagandístico de las
construcciones oficiales alemanas, italianas y soviéticas; principalmente, es
en la presencia de elementos ornamentales (más o menos abundantes según el
caso) donde se aprecia la simbología de los ideales de uno u otro régimen: más
vinculado a exaltar el vínculo continuista con la grandeza de la Antigüedad en
el caso de los fascismos, más orientado a la exaltación de la pujante fuerza de
la clase trabajadora en el caso soviético. Por otra parte, creo que conviene
señalar que en todo edificio oficial de cualquier lugar del mundo aparecen,
cuando menos, enseñas nacionales que son portadoras simbólicas de la ideología
del régimen que las sustenta. Tema aparte es si tales ideologías nos pueden
resultar repugnantes o no, pero eso es una cuestión que tiene más que ver con
la percepción del espectador que con el edificio en sí, y una prueba la podemos
encontrar tanto en la reconversión de la Casa del Fascio de Terragni en
dependencia administrativa provincial o en la presencia de un selecto club
nocturno en la Casa del Arte Alemán de Munich. Evidentemente, los edificios
pueden estar animados por la ideología del régimen que les vio nacer, pero su
caracterización ideológica tiene sobre todo que ver con el discurso historiográfico
y cómo lo inserta en la Historia del Arte; algo que, por su parte, también
tiene su buena carga ideológica y propagandística, y que a la postre es
seguramente la razón última de la supuesta vinculación de la arquitectura
fascista y soviética.
En mi
opinión, la monumentalidad por sí misma no es suficiente para justificar tal
vínculo, o, de ser así, resulta discutible –por no decir absolutamente
hipócrita- dejar como capítulo aparte la larga lista de rascacielos
corporativos y su consiguiente lista de elogiosos comentarios por parte de los
historiadores; o la sospechosa ausencia dentro de ese discurso estilístico de
la obra de arquitectos como Paul Phillipe Cret (fotos 4, 14, 15).
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Foto 14: P. P. Cret, Edificio de la Reserva Federal (1937) |
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Foto 15: P.P. Cret, The Cincinnati Union Terminal (1933) |
Cabe
preguntarse el porqué de la ausencia en el discurso historiográfico de un
arquitecto cuya obra es ampliamente apreciada en su país de acogida y uno se
pregunta si no puede ser debido a la vinculación estilística de algunos de sus
edificios con la estética que se aprecia en buena parte de la arquitectura
oficial que impulsaron los regímenes fascistas (fotos 3, 4, 12, 14). Cabe preguntarse
por qué el “clasicismo desnudo” tan presente en construcciones oficiales a todo
lo largo y ancho del mundo occidental (http://en.wikipedia.org/wiki/Stripped_Classicism,
fotos 16, 17)
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Foto 16: G. Bergstrom, El Pentagono (1943) |
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Foto 17: G. Bergstrom, El Pentagono (1943). Detalle de una de las entradas |
no aparece en obras de relevancia sobre arquitectura como la de
Tratchenberg/Hyman. Cabe preguntarse cómo se soluciona el hecho de la
asociación de cierto estilo arquitectónico con las concepciones totalitarias
cuando ese mismo estilo está presente en muchas construcciones oficiales del
“mundo libre”, o por qué se pone en tela de juicio la monumentalidad cuando se
trata de censurar la arquitectura totalitaria mientras esa monumentalidad se
presenta como una virtud en el caso de los rascacielos corporativos. ¿Por qué
lo que en un caso se asocia a una propaganda deleznable de un régimen
dictatorial pasa a ser un acertado simbolismo cuando se trata de la obra de una
corporación privada?
La solución parece que pasa por la elaboración de un
discurso historiográfico sobre la arquitectura centrado exclusivamente en el
estilo y las innovaciones constructivas y estéticas, de forma que aún se pueden
salvar algunas construcciones puntuales por su acertado diseño (fotos 7, 18)
mientras se condena al olvido al resto de edificaciones vinculadas a
determinados estilos asociados a determinadas concepciones políticas. Dicho de
otro modo, la asociación de cierto estilo con ciertas ideologías se ha
utilizado con un doble rasero: cuando se ha pretendido criticar un régimen
político se ha recurrido a condenar su estilo de construcción, lo que a su vez
ha permitido desvincular ese mismo estilo, al relegarlo al silencio, de los
regímenes democráticos en los que está presente; al mismo tiempo, esa condena
del binomio arquitectura-poder político deja de tener razón de ser cuando se
trata del binomio arquitectura-corporación privada. De esta forma se consigue
el doble objetivo de preservar las instituciones del occidente democrático -desvinculadas
de una “estética totalitaria” que de facto tienen (fotos 14, 16, 19) mientras
se glorifica una estética asociada al poder económico (siempre y cuando el
diseño sea acertado) representado principalmente en el rascacielos.
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Foto 18: Guerrini, La Padula y Romano, Palacio de la Civiltá Italiana (1940) |
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Foto 19: Charles F. Murphy and Associates, Edificio J. Edgar Hoover (1975) |
El discurso de la arquitectura centrado en el diseño,
pasando por alto las dimensiones escenográfica y simbólica del edificio,
termina por convertirse en una forma subliminal de propaganda de la democracia
burguesa y del capitalismo al cual está indisociablemente unida.
A modo de conclusión, se pueden apuntar varias ideas
principales con respecto a la “Arquitectura Totalitaria”:
1 - El paralelismo entre la arquitectura desarrollada en los
regímenes fascistas y en los socialistas se apoya en unas premisas (la monumentalidad
y el carácter propagandístico) que resultan insuficientes para justificarlo por
razones de estilo.
2 - El estilo asociado a las necesidades de imagen
institucional de un régimen (en este caso el “clasicismo desnudo”) trasciende
ampliamente el ámbito de las dictaduras.
3 - El “neutral” discurso historiográfico de la arquitectura
centrado en el diseño desvinculado (aparentemente) de la política se convierte
en un instrumento de propaganda del sistema capitalista y sus instituciones
públicas y privadas.
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