jueves, 21 de mayo de 2015

Arquitectura Totalitaria



El discurso de la historiografía del Arte frecuentemente presenta un paralelismo entre el Arte Fascista (principalmente alemán) y el Arte Soviético (principalmente del periodo estalinista), que llegan a agruparse bajo la etiqueta de “Arte Totalitario”, contrapuesto a una variedad de corrientes presentes en las democracias occidentales. La Arquitectura no escapa a esta concepción, ya sea de forma explícita (enfrentando tradicionalismo en las dictaduras y vanguardismo en las democracias) o implícita, llegando a no ser recogidas en algunas obras de referencia sobre Arquitectura  aquellas edificaciones producidas en los regímenes totalitarios de un signo u otro.
Siguiendo esta línea de discurso, hay que señalar que cuando se habla de arquitectura totalitaria, se hace alusión principalmente a la dimensión externa de la construcción, a su carácter escenográfico como obra pública, reflejo de la concepción del poder que les dio forma. Esto no sólo constituye una reducción conceptual de lo que es un edificio, sino que en sí  constituye una trampa de la que no escapan los regímenes democráticos a la hora de mostrar su imagen pública a través de las construcciones de edificios oficiales.
Al tratarse de un periodo bastante complejo en lo arquitectónico, no voy a entrar demasiado en las características formales y distintas corrientes de lo que se ha dado en llamar “Arquitectura Racionalista” y trataré de centrarme en esa dimensión escenográfica que tiene todo edificio.
Aunque se suele señalar la presencia de un lenguaje historicista-clasicista en la arquitectura desarrollada en las dictaduras fascistas y socialistas, conviene señalar que, aun siendo cierto, se realiza de una forma estilizada, depurada principalmente de elementos ornamentales; en ningún caso se trata de un revivalismo como los del periodo Neoclásico o buena parte de la arquitectura del siglo XIX. Esta estilización de los elementos clásicos tampoco es un invento o aportación novedosa de la “Arquitectura Totalitaria”; el propio discurso historiográfico apunta que tal estilización ya se puede ver en obras anteriores, como la Fábrica de Turbinas AEG, de Behrens (foto 1), en la que se ha querido ver la trasposición del esquema del templo
Foto 1: P. Behrens, Fábrica de Turbinas AEG (1908-1909)
clásico en la fábrica, haciendo de ésta, en cierto modo, el tipo de edificación emblemática (o una de ellas) en la era industrial. Esta corriente de clasicismo estilizado tendría continuidad sobre todo como estilo predominante en muchos de los edificios oficiales y públicos levantados durante buena parte del siglo XX en el mundo occidental, de manera que difícilmente se la puede tipificar como característica o exclusiva de la forma de representación de los regímenes dictatoriales. Las arquitecturas arquitrabadas, los elementos depurados hasta su mínima expresión y el juego de contrastes entre los planos horizontales y verticales se generaliza entre las construcciones oficiales ofreciendo una imagen de sobria y austera monumentalidad (fotos 2, 3, 4)
Foto 2: A. Speer, pista para zepelines en Nuremberg (1934)


Foto 3: G. Minucci, Palazzo degli Uffici (1939)


Foto  4: P. P. Cret, The American Aisne-Marne Monument (1928)

Pero no sería apropiado afirmar que estas características son comunes y homogéneas en aquellos países donde están presentes, ni representan toda la arquitectura impulsada por el poder de este periodo. Quizá sea en Alemania donde mejor se observa esa tendencia estilística de manera más generalizada, y pese al discurso que quiere equiparar ambas, en La URSS es donde se puede encontrar menos (foto 5). En todo caso, tanto en Alemania como en Italia y la URSS no faltan ejemplos más o menos afortunados de edificios que responden en su concepción a los requisitos funcionales y estilísticos de alguna de las corrientes del Racionalismo Arquitectónico (fotos 6, 7, 8, 9), tal como sucedía en el resto de naciones occidentales.
Entonces, ¿cómo se justifica la equiparación de la arquitectura desarrollada en los regímenes fascistas con aquélla de la URSS? En mi opinión el único nexo común entre ambas es la existencia de una tendencia hacia la monumentalidad (foto 5) y sobredimensión de la construcción, en especial en proyectos no realizados (fotos 10, 11), donde no se termina de apreciar la discutible vinculación estilística entre ambas concepciones. En otras obras que han llegado a nuestros días (fotos 12, 13) tampoco se percibe un paralelismo, salvo que se quiera alegar cierto historicismo en los edificios, aunque, mientras en el caso alemán se puede apreciar en la concepción global de la obra, en el caso soviético queda reducido a detalles ornamentales que dan lugar, según algunos, a poder hablar de “clasicismo” o “gótico estalinista”.
Foto 5: Pabellones de Alemania (A. Speer, izda.) y de la URSS (B. Iofan, dcha.) para la Exposición Universal de París (1937)

Foto 6: C. Klotz, Complejo vacacional de Prora (1939)

Foto 7: G. Terragni, Casa del Fascio en Como (1932-36)
Foto 8: B. Sokolov, Casa Dinamo de Cultura Física (1931)

Foto 9 : G. Golubev, Casa de la Prensa (1934)
Foto 10: A. Hitler y A. Speer, modelo para la Volkshalle de Berlín

Foto 11: B. Iofan, Palacio de los Soviets (1934)
Foto 12: P. L Troost, Casa del Arte Aleman (1934-37)
Foto 13: L. V. Rúdnev, Universidad Estatal de Moscú (1953). Una de las Siete Hermanas
También se puede alegar el carácter eminentemente ideológico y propagandístico de las construcciones oficiales alemanas, italianas y soviéticas; principalmente, es en la presencia de elementos ornamentales (más o menos abundantes según el caso) donde se aprecia la simbología de los ideales de uno u otro régimen: más vinculado a exaltar el vínculo continuista con la grandeza de la Antigüedad en el caso de los fascismos, más orientado a la exaltación de la pujante fuerza de la clase trabajadora en el caso soviético. Por otra parte, creo que conviene señalar que en todo edificio oficial de cualquier lugar del mundo aparecen, cuando menos, enseñas nacionales que son portadoras simbólicas de la ideología del régimen que las sustenta. Tema aparte es si tales ideologías nos pueden resultar repugnantes o no, pero eso es una cuestión que tiene más que ver con la percepción del espectador que con el edificio en sí, y una prueba la podemos encontrar tanto en la reconversión de la Casa del Fascio de Terragni en dependencia administrativa provincial o en la presencia de un selecto club nocturno en la Casa del Arte Alemán de Munich. Evidentemente, los edificios pueden estar animados por la ideología del régimen que les vio nacer, pero su caracterización ideológica tiene sobre todo que ver con el discurso historiográfico y cómo lo inserta en la Historia del Arte; algo que, por su parte, también tiene su buena carga ideológica y propagandística, y que a la postre es seguramente la razón última de la supuesta vinculación de la arquitectura fascista y soviética.
En mi opinión, la monumentalidad por sí misma no es suficiente para justificar tal vínculo, o, de ser así, resulta discutible –por no decir absolutamente hipócrita- dejar como capítulo aparte la larga lista de rascacielos corporativos y su consiguiente lista de elogiosos comentarios por parte de los historiadores; o la sospechosa ausencia dentro de ese discurso estilístico de la obra de arquitectos como Paul Phillipe Cret (fotos 4, 14, 15).
Foto 14: P. P. Cret, Edificio de la Reserva Federal (1937)

Foto 15: P.P. Cret, The Cincinnati Union Terminal (1933)

Cabe preguntarse el porqué de la ausencia en el discurso historiográfico de un arquitecto cuya obra es ampliamente apreciada en su país de acogida y uno se pregunta si no puede ser debido a la vinculación estilística de algunos de sus edificios con la estética que se aprecia en buena parte de la arquitectura oficial que impulsaron los regímenes fascistas (fotos 3, 4, 12, 14). Cabe preguntarse por qué el “clasicismo desnudo” tan presente en construcciones oficiales a todo lo largo y ancho del mundo occidental (http://en.wikipedia.org/wiki/Stripped_Classicism, fotos 16, 17)
Foto 16: G. Bergstrom, El Pentagono (1943)

Foto 17: G. Bergstrom, El Pentagono (1943). Detalle de una de las entradas
no aparece en obras de relevancia sobre arquitectura como la de Tratchenberg/Hyman. Cabe preguntarse cómo se soluciona el hecho de la asociación de cierto estilo arquitectónico con las concepciones totalitarias cuando ese mismo estilo está presente en muchas construcciones oficiales del “mundo libre”, o por qué se pone en tela de juicio la monumentalidad cuando se trata de censurar la arquitectura totalitaria mientras esa monumentalidad se presenta como una virtud en el caso de los rascacielos corporativos. ¿Por qué lo que en un caso se asocia a una propaganda deleznable de un régimen dictatorial pasa a ser un acertado simbolismo cuando se trata de la obra de una corporación privada?
La solución parece que pasa por la elaboración de un discurso historiográfico sobre la arquitectura centrado exclusivamente en el estilo y las innovaciones constructivas y estéticas, de forma que aún se pueden salvar algunas construcciones puntuales por su acertado diseño (fotos 7, 18) mientras se condena al olvido al resto de edificaciones vinculadas a determinados estilos asociados a determinadas concepciones políticas. Dicho de otro modo, la asociación de cierto estilo con ciertas ideologías se ha utilizado con un doble rasero: cuando se ha pretendido criticar un régimen político se ha recurrido a condenar su estilo de construcción, lo que a su vez ha permitido desvincular ese mismo estilo, al relegarlo al silencio, de los regímenes democráticos en los que está presente; al mismo tiempo, esa condena del binomio arquitectura-poder político deja de tener razón de ser cuando se trata del binomio arquitectura-corporación privada. De esta forma se consigue el doble objetivo de preservar las instituciones del occidente democrático -desvinculadas de una “estética totalitaria” que de facto tienen (fotos 14, 16, 19) mientras se glorifica una estética asociada al poder económico (siempre y cuando el diseño sea acertado) representado principalmente en el rascacielos.
Foto 18: Guerrini, La Padula y Romano, Palacio de la Civiltá Italiana (1940)
Foto 19: Charles F. Murphy and Associates, Edificio J. Edgar Hoover (1975)
El discurso de la arquitectura centrado en el diseño, pasando por alto las dimensiones escenográfica y simbólica del edificio, termina por convertirse en una forma subliminal de propaganda de la democracia burguesa y del capitalismo al cual está indisociablemente unida.
A modo de conclusión, se pueden apuntar varias ideas principales con respecto a la “Arquitectura Totalitaria”:
1 - El paralelismo entre la arquitectura desarrollada en los regímenes fascistas y en los socialistas se apoya en unas premisas (la monumentalidad y el carácter propagandístico) que resultan insuficientes para justificarlo por razones de estilo.
2 - El estilo asociado a las necesidades de imagen institucional de un régimen (en este caso el “clasicismo desnudo”) trasciende ampliamente el ámbito de las dictaduras.
3 - El “neutral” discurso historiográfico de la arquitectura centrado en el diseño desvinculado (aparentemente) de la política se convierte en un instrumento de propaganda del sistema capitalista y sus instituciones públicas y privadas.

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