Recordemos que una galería de arte es una empresa privada de comercialización de obras de arte que opera junto a muchas otras con las que compite por una posición en el mercado y aspira a una hegemonía dentro del mismo; ni más ni menos que cualquier otro tipo negocio en una economía capitalista, con las peculiaridades específicas de su sector.
Una de las posibles grandes bazas para prosperar en el negocio de la comercialización del arte está en el descubrimiento de nuevos talentos y hacer cierta labor de mecenazgo, algo que sin ser la norma, es justo reconocer que ha sucedido en algunos casos con el doble beneficio tanto para artista, que puede contar con unos ingresos que le permitan centrarse en la producción de obra, como para el galerista, que además de obtener un beneficio de la venta de tal obra, gana una buena dosis de prestigio profesional (además de vanidad; los grandes egos en este sector no son exclusivos de los artistas).
Este sería un modelo deseable, dentro de la discutible dinámica general, de relación artista-galerista, pero desgraciadamente no es en absoluto común. El apoyo al artista del que muchas galerías se ufanan no suele pasar de aceptar la obra para exponerla por un breve espacio de tiempo, y que tal experiencia tenga una continuidad dependerá exclusivamente del nivel de éxito comercial alcanzado con la exposición. Por descontado, esto es independiente de la calidad de las obras, pudiéndose dar casos de obra buena con pobre acogida y obra mala con gran volumen de ventas, lo que a su vez puede dar pie a otra serie de complicaciones para mantener alta la demanda y los precios.
Que una obra de calidad expuesta no encuentre acogida entre el público puede obedecer a muchas razones, aunque la principal está del lado del espectador, y él tendrá sus motivos de rechazo; pero, ¿cómo se explica que pueda triunfar una obra mala? Dejando a un lado el criterio a veces discutible del espectador (que no siempre tiene razón), habría que empezar por ver los motivos del galerista para exponer tal obra que sabe, o debería saber, es mala. Ya sea porque pueda deber algún tipo de favor al "artista" (es inapropiado llamar así a todos los que alguna vez han expuesto obra en galerías de arte) o porque piense que un determinado nombre puede atraer ventas, no es la primera vez que obras infames disfrutan de presencia en galerías de arte, incluidas algunas de prestigio reconocido; y motivos habrá para que ello suceda, pero en tal caso habría que precisar las motivaciones reales del galerista para permitir tales exposiciones en su local, y desde luego no parece que ninguna de ellas sea ese supuestamente altruista apoyo a los artistas.
Por supuesto que es legítimo actuar por motivaciones económicas dentro de una dinámica capitalista, pero hay que tener en cuenta algunas cuestiones como que la actividad privada se legitima sólo mientras suponga algún tipo de beneficio público, ya sea en forma de impuestos o como en este caso, complementando la oferta cultural de un país, apoyando la producción artística o dando a conocer la actividad de los artistas. Es desde este punto de vista del interés general que se puede explicar por qué la compraventa de obras de arte haya podido disfrutar de gravámenes reducidos respecto a otro tipo de bienes de consumo, o que las administraciones públicas no lleven a cabo una especial vigilancia de las transacciones en el mercado del arte cuando se sabe que constituyen verdaderas tapaderas de blanqueo de capitales en muchos casos, y en todos ellos el galerista es una pieza fundamental para que el fraude se pueda realizar. El galerista no sólo es poseedor de fondos de obra, sino que se sabe pieza fundamental al constituir el nexo imprescindible entre la oferta general y el potencial comprador, ya sea privado o institucional.
Dando todo esto por sabido, me parece justo reconocer que la actividad de las galerías de arte está muy lejos de ese carácter benefactor que con frecuencia alegan. Su motivación principal es siempre económica, y el beneficio social que se pueda derivar es siempre subsidiario del comercial. Se puede señalar otra dimensión de este carácter en el hecho de que con frecuencia las galerías de arte exponen sus propios fondos para venta, lo que puede ser legítimo para obtener liquidez y poder mantener la actividad al tiempo que se justifica alegando el dar a conocer obra al público; esto estaría muy bien de no ser por la cantidad de veces que vemos los mismos nombres con las mismas series de obras. No hay un interés en la difusión cultural en estos casos, es simplemente gestión de stocks con fines lucrativos, una forma más de hacer caja, una actividad más propia de mercaderes que de los benefactores culturales que pretenden ser los galeristas y por lo que disfrutan, o lo han hecho, de determinados privilegios fiscales.
Así las cosas, nos encontramos con que las galerías de arte demasiado a menudo están muy lejos de cumplir el papel cultural que teóricamente tienen encomendado. La promoción y difusión de obra es un aspecto secundario de su actividad lucrativa real. Es la propia dinámica capitalista en el mercado del arte la que hace que la actividad de las galerías de arte esté completamente prostituida al servicio del interés económico, y el problema es que ésta es una dinámica francamente difícil de romper. El papel de mediador entre los artistas y el público que desempeña el galerista hoy por hoy sigue resultando fundamental; si hace años era imprescindible por la imposibilidad de exhibir obra más que en las galerías de arte, con la sociedad de la información, aunque raro es el artista que no muestra su trabajo en páginas web (personales y colectivas), la oferta resulta tan abrumadora que sigue siendo necesaria una figura que apueste por seleccionar la que se considera digna de ser exhibida físicamente. El espacio virtual es demasiado amplio y demasiado pobre para la contemplación de obras de arte, y aquí es donde el papel teórico del galerista cobra su importancia como difusor e impulsor, y sólo resta confiar en su criterio, responsabilidad y ética profesional. Si esto es posible dentro de la actual dinámica capitalista, es algo que cada cual debe decidir. En mi opinión son tantos los casos de mala praxis y verdadera prostitución al servicio de intereses económicos que delegar en los galeristas el papel de promoción y difusión del arte resulta cuando menos inadecuado. Proponer alternativas resulta complicado, pero creo que sería necesario abrir un debate al respecto centrado en el interés general donde se dé voz a todas las partes implicadas.
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