jueves, 11 de junio de 2015
La prostitución en el arte 3: el crítico
Aún queda hablar del papel de los críticos en el mercado del arte y su buena parte de protagonismo en todo lo que se hace mal en ese negocio.
El crítico de arte es una figura central en el sentido de que tiene contacto y trabaja tanto con artistas como con galeristas y muy a menudo con instituciones públicas y privadas, no siendo raro que su nombre figure en los patronatos de tales instituciones. En teoría su trabajo es evaluar el trabajo de los artistas y su aportación general al panorama artístico y cultural, y desde este punto de vista resulta importante para las galerías por la promoción que pueden hacer del artista seleccionado y el estímulo a la venta de obra. Su trabajo en los patronatos de instituciones es el de aportar una voz experta en asesoramiento sobre adquisiciones, organización de exposiciones (de las que frecuentemente son comisarios) y otras tareas de gestión en el plano artístico. Y hasta aquí todo iría bien si no fuese porque hay mucho dinero en juego y todo el mundo tiene un precio.
El crítico, por descontado, no trabaja gratis, sino pagado por el galerista para que dé su opinión, y a ser posible, favorable. Se me dirá que hay críticos que están en nómina de la prensa y los medios y que es de éstos de los que recibe remuneración, y es cierto, aunque una cosa no quita la otra. Aunque pueda parecer algo diferente, el mundo del arte es bastante pequeño, al menos en el sentido de que más o menos todo el mundo se conoce, se establecen multitud de contactos a lo largo de los años, y aunque buena parte de los artistas pasen, las relaciones permanecen. Por esta razón es raro que un galerista que inaugura exposición deje de invitar a sus contactos entre los críticos, como tampoco es raro que se les solicite una opinión experta y de prestigio sobre la obra expuesta; el problema surge cuando el crítico firma una reseña favorable sobre una obra manifiestamente mediocre, lo que hace saltar las alarmas de que debe haber gato encerrado.
Sea por amistad, por deber algún favor o por interés económico en mantener una cotización alta de la obra, se han dado casos no sólo de críticas buenas a obras malas (una forma de comportamiento mercenario de dudosa ética profesional), en algún caso con la intención manifiesta de incrementar el valor de mercado de la obra sobre la que el crítico ha invertido dinero, una forma de corrupción especulativa francamente repugnante. Más grave aún resulta cuando el crítico aprovecha su posición y sus contactos con las instituciones (recordemos que este mundillo es muy pequeño) para hacer maniobras similares que favorecen a ciertos artistas y a quienes les protegen aun al precio de llegar a poner a tales instituciones en una posición próxima al ridículo en vista de la calidad del proyecto promocionado.
En algunos casos, pocos (afortunadamente), hay críticos que aparecen vinculados simultáneamente a algunos artistas, a las galerías que les llevan, al poder mediático y a las instituciones y museos de titularidad pública, o lo que es lo mismo, al poder político. Tales casos son auténticos puestos de poder que llegan a manejar verdaderas cantidades de dinero, buena parte del cual son fondos públicos, que de una forma u otra se reparten aquellos que están metidos en la operación. Sólo así se explica que se gasten fortunas en obra, a veces mediocre, de artistas en activo vinculados a galerías a las que se realiza la compra o que median en la misma.
No puede ser casual que ciertas inversiones de dinero público en obra de determinados artistas coincidan con los mejores años de facturación de ciertas galerías, la posición holgada de ciertos grupos mediáticos (y sus influyentes aparatos culturales) con los que ciertos críticos tienen vínculos profesionales y la presencia en el poder político (ése que nombra de forma directa o indirecta la mayoría de los miembros de los patronatos) de ciertos partidos políticos. Tampoco resulta casual que con el cambio de orientación política en el poder los anteriores beneficiarios del tinglado sean sustituidos por aquellos afines a la nueva tendencia política; afinidades que en el colmo de la desfachatez y la desvergüenza llegan al nivel de compartir cama (tal cual...) figuras centrales en el mercado internacional del arte con figuras centrales del partido en el gobierno, algo que facilita enormemente la canalización de la inversión de dinero público para llenar bolsillos y cuentas opacas de ciertos particulares.
No voy a llegar a afirmar que el crítico de arte, o ciertos críticos, sean los responsables directos de todas las corruptelas y despilfarros que se han perpetrado en España con la excusa de comprar obra para museos, "ornar" aeropuertos e incluso rotondas con la firma de autores de renombre internacional (el criterio sobre la ubicación de ciertas obras en determinados lugares en España debería ser motivo de estudio para posibles sanciones penales); pero el crítico es una figura necesaria en esta trama al proporcionar un aura de prestigio a la obra por la que se va a pagar una importante cantidad de dinero, consiguiendo de esta forma que ese prestigio oculte, al menos parcialmente, el resto de una operación que en demasiadas ocasiones presenta aspectos algo peor que turbios. Dudo que la combinación de ciertas siglas políticas vinculadas con el nombre de un importante grupo mediático del que cierto crítico es asalariado esté por completo desvinculada de la operación de compra a cierto artista cuya obra lleva una galería a la que sistemáticamente se compra obra por parte de las administraciones públicas, que es amigo del crítico y que es publicitado por el medio informativo. Y esto es sólo un ejemplo, desgraciadamente no el único, ni el más burdo, de lo que con frecuencia se cuece detrás de las operaciones de compra de obras de arte con dinero público. Ni que decir tiene que en periodos de abundancia no ha temblado el pulso a la hora de pagar verdaderas fortunas por obras cuya cotización, recordémoslo, empieza siendo arbitraria para mantenerse artificialmente alta, y aquí nuevamente encontramos a algunos críticos que justifican el gasto por la calidad (cierta o supuesta) de la obra; después de todo, el crítico es el que entiende, así que la cosa estará bien...
Depurar responsabilidades en todo esto resulta complicado. En realidad todas las partes implicadas tienen su parte de culpa, y recurrir a denunciar que el problema radica en el fondo en la propia dinámica capitalista del mercado del arte tampoco aporta una solución alternativa que habría que meditar y que no estoy en condiciones de aportar; sólo constato que existe un problema con cómo se han hecho las cosas hasta ahora en la comercialización de las obras de arte , y que como en tantas otras facetas del modelo de gestión capitalista, el interés general no resulta de la suma de los intereses particulares implicados.
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